En el día de tu aniversario
Hoy, 29 de diciembre, recordamos a nuestro “pequeño gigante”, quien pasó haciendo el bien, y “no lo dejó por nada del mundo”: El Siervo de Dios P. Bruno Martínez, escolapio. Dejo a todos mis hermanos unas breves líneas que nacen de mi acercamiento a su figura.
Podríamos en este día citar innumerables datos de su camino de santidad, de su vocación y de su entrega a los más necesitados. Llenaríamos libros si narráramos cada una de las acciones que emprendió y que llevaron a muchos hombres y mujeres a ver el Evangelio en su vida. Sin embargo, hemos querido fijar la mirada en los grandes faros luminosos que nuestro siervo enciende, y que iluminan el presente y el futuro de todos los escolapios, religiosos y laicos de nuestra demarcación. Dejaremos, por tanto, los datos más concretos, conocidos por la mayoría de nosotros, para centrarnos en las virtudes que nos refleja.
No podemos dejar de afirmar en un primer momento que el P. Bruno fue un hombre de Dios. Y esto lo manifestó en su vida de oración y de acción, sin contraponerlas ni separarlas. En su afán por educar y evangelizar, pasó días enteros en medio de los niños; en su deseo de consagrarse cada día más al Señor, dedicó tiempo y espacio a la oración personal y comunitaria. Nunca dejó la oración por la acción, ni viceversa. Podemos decir que los niños le llevaron a Dios, y Dios le llevó a los niños. Así vivió hasta el último día. Su integración de la vida de acción y de oración se convierte en una referencia primordial en estos tiempos, cuando la fragmentación espiritual intenta contraponer ambas dimensiones y desmenuza así la solidez vocacional. La vida de nuestro hermano Bruno nos dice que hoy también podemos vivir en total permanencia en Dios y en la misión, sin contradicciones u oposiciones ficticias; antes bien, necesarias, complementarias e inseparables.
Por ser un hombre de Dios, Bruno fue reflejo de la humildad calasancia. Es una de las virtudes que frecuentemente reconocen quienes le conocieron en vida. Nos dice Santa Teresa que la humildad es “andar en verdad”, y así anduvo. La humildad pudo expandirse y darse a conocer en su cercanía a los sencillos, en su austeridad, en su trato afable, en su dedicación silenciosa a los niños en las aulas, en su forma de acompañar a los maestros y a las familias… ¡Qué bien nos hace recordar esto, cuando hoy parece exaltarse la vanidad, las ansias de poder, la búsqueda de honores en medio de los pudientes, la vida cómoda! En su humildad, el P. Bruno denuncia las actitudes del mundo actual que obstaculizan nuestra realización vocacional y nos propone un camino a seguir para alcanzarla.
Bruno fue un humilde hombre de Dios entregado a los niños, y por eso fue plenamente escolapio. Fue un hombre que vivió su filiación divina y la fraternidad eclesial al estilo de Calasanz. Fue un modelo escolapio por todo lo descrito hasta ahora, por su entrega diaria y sin descanso a los niños, que le robaron el corazón y a quienes se entregó en cuerpo y alma. Supo “abajarse a dar luz a los niños” y allí encontrar la grandeza de la cruz. Su deseo de educar y evangelizar a los más pobres hizo que los últimos años de su vida los dedicara a los más necesitados de Nicaragua, y allí alcanzar el culmen de la santidad.
Sus alumnos le recuerdan como un pastor disciplinado, correcto, cercano y sencillo… Complementó así los principios que rigen la educación: exigencia y cercanía. Ser exigente no le llevó a ser intransigente; ser cercano no le llevó a ser frágil. Y estos principios también nos ayudan a reconocer la necesidad de que los pastores y educadores sean exigentes y cercanos a los niños y jóvenes.
En definitiva, ¿qué nos dice la vida del siervo de Dios hoy a nosotros? Que también nosotros podemos caminar en santidad en medio de nuestra realidad marcada por la deshumanización y las grandes diferencias sociales que nos desgarran. La santidad es un sendero que nos lleva a Dios, pero principalmente, es la vía por la cual Dios viene a nosotros. Requiere, por tanto, de un continuo discernimiento que nos lleve a ser hombres y mujeres de Dios, humildes y entregados a nuestra misión.
En nuestra querida Nicaragua, que sufre una vez más los efectos de la idolatría del poder y la ambición desmedida, la vida del P. Bruno nos advierte que sólo asumiendo con audacia nuestra tarea de educar y evangelizar podemos lograr el cambio social que nuestros pueblos necesitan para vivir en paz, justicia y libertad, tal como lo intuyó Calasanz en su momento histórico y lo encarnó el P. Bruno en el presente. Así, podemos afirmar que sólo viviéndonos “plenamente escolapios” como lo hizo el P. Bruno podremos dar nuestro aporte para que la “reforma de la sociedad”, soñada y anhelada por Calasanz, sea una realidad.
La vida del Siervo de Dios P. Bruno Martínez sigue, por tanto, siendo una referencia fundamental para la construcción de las Escuelas Pías en toda nuestra demarcación. Su entrega humilde y sencilla, su profunda vida de oración y de donación a los niños educando y evangelizando nos impulsa a trabajar por la necesaria y urgente transformación social. Pidamos al Señor que podamos estar a la altura de nuestros tiempos, y seamos partícipes del don del Reino de Dios en nuestras presencias de Centroamérica y del Caribe.
P. Willians Costa. Provincial