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Tratad de comprender lo que el Señor quiere
Está bastante claro que nuestro 48º Capítulo General ofrece al conjunto de las Escuelas Pías numerosas áreas de reflexión y está llamado a provocar -si se lo permitimos- nuevos dinamismos de vida y de misión. Creo que uno de los aspectos sobre los que estamos llamados a fijar nuestra atención es el de la necesidad de cuidar y mejorar todo lo relacionado con el discernimiento y la toma de decisiones (a nivel personal, comunitario e institucional). No hay duda de que avanzaremos mejor por caminos de sinodalidad si reconocemos que tenemos todavía mucho que aprender sobre lo que supone el discernimiento (espiritual, vocacional, apostólico, etc.) en nuestra vida.
Sobre este tema es sobre el que quiero compartir con vosotros esta sencilla reflexión, enmarcada en la propuesta que Pablo hace a los Efesios (Ef 5, 17) en la que sintetiza de modo muy claro el objetivo del discernimiento cristiano: tratar de comprender lo que el Señor quiere.
La primero que quiero decir es que necesitamos ser conscientes de la necesidad de abrir un proceso de reflexión sobre los dinamismos propios del discernimiento. No lo sabemos todo sobre este tema, ni todo lo que hacemos y decidimos lo llevamos adelante desde procesos bien cuidados y compartidos. Recuerdo que en una de las oportunidades en las que los miembros de la Unión de Superiores Generales pudimos encontramos con el Papa Francisco, éste nos recordó que el Sínodo de los Jóvenes era un Sínodo sobre los Jóvenes, la Fe y el Discernimiento Vocacional. Y añadió esta frase, que nos quedó muy clara: “quiero introducir el discernimiento con más fuerza en la vida de la Iglesia”[1]. Estamos ante una constatación fundamental del Papa, que también nosotros podemos y debemos asumir: necesitamos introducir el tema del discernimiento con más fuerza en la vida de las Escuelas Pías.
Son muchas las razones por las que creo que estamos ante una necesidad clave. Pero me voy a limitar solamente a citar tres.
Para explicitar la primera, me voy a inspirar en la narración contenida en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles. La propuesta evangélica se iba abriendo paso en contextos desconocidos, y surgían muchas preguntas y desafíos. Los apóstoles no resolvieron con un decreto la discusión sobre la circuncisión, sino que escucharon la novedad que emergía desde esos “nuevos espacios de vida de fe”. Deliberaron, escucharon y, finalmente, decidieron que la comunidad tenía que abrirse a un nuevo modo de comprender, acoger y transmitir la plenitud de la salvación ofrecida por Dios en Cristo. Fue un profundo proceso de escucha del Espíritu Santo[2].
Hoy nos está pasando lo mismo. Estamos transitando por muchos terrenos nuevos, y emergen nuevos desafíos que afectan a las respuestas que debemos dar como escolapios a los niños y jóvenes de hoy, a las sociedades en las que nos encontramos, a las sensibilidades de los religiosos jóvenes que quieren dar lo mejor de sí mismos por unas Escuelas Pías mejores. Necesitamos procesos de discernimiento para crear nuevas estructuras, estilos comunitarios y opciones de misión.
La segunda razón en la que me quiero fijar para explicar la importancia del tema es la fuerte llamada eclesial y escolapia a la sinodalidad. No hay sinodalidad posible sin discernimiento comunitario. La sinodalidad se basa -y la provoca- en nuestra capacidad de discernir en común. Es por esta razón por la que creo que una de las tareas más necesarias que tenemos que emprender es la de aprender a discernir en común.
Hay una tercera razón que debemos considerar. No está de más un cierto esfuerzo de autocrítica ante algunas debilidades que vemos en nuestros propios procesos. Quizá puede ser bueno que, como hermanos, tratemos de dar nombre a esas debilidades. Yo puedo decir que cuando se dialoga con libertad y honestidad sobre estas nuestras debilidades relacionadas con nuestros procesos de discernimiento y toma de decisiones, somos muy capaces de reconocer aquellos aspectos en los que más debemos trabajar. Entre ellos: decidir sin suficiente dinámica de oración; confundir discernimiento con decisión; dificultad para provocar una escucha atenta de todos; intentos de influir irrespetuosamente en el modo de pensar de los demás; búsqueda de que mi idea o mi propuesta “triunfe”, sin entender que de lo que se trata es de encontrar una respuesta compartida; círculos de presión; deficiente respeto por la verdad; decidir o votar desde criterios ajenos al bien de la Orden como, por ejemplo, la amistad, la procedencia, la cultura, la edad o cualquier otro rasgo no central en el asunto sobre el que tenemos que decidir. Hablar, proponer, expresar mis ideas es siempre necesario, pero siempre desde un sincero deseo de diálogo, escucha y búsqueda compartida.
Estas tres razones: la novedad de los tiempos, la propuesta de la sinodalidad y nuestras propias necesidades de mejora, son más que suficientes para hacernos conscientes de que tenemos mucha tarea por delante. Mi deseo es sugerir algunas pistas de avance en todo lo relativo al discernimiento comunitario. Quisiera proponer cinco puntos de reflexión.
1-No hay discernimiento posible sin una creciente vida de oración, sin una cuidada espiritualidad, sin una disponibilidad para poder entrar a fondo en nuestra propia alma y descubrir en ella el querer de Dios. La hondura y la honestidad de la vida espiritual de cada uno de nosotros marca decisivamente nuestra capacidad de discernimiento, personal o comunitario. Lo expresa de manera certera la narración de la parábola del hijo pródigo, cuando se dice que “entrando dentro de sí” (Lc 15, 17), encontró la respuesta. Cuando el joven de la parábola decide entrar en su más profundo centro, descubre ahí lo único que no había podido malgastar: el amor incondicional de su padre, que había experimentado desde que era niño. No nos engañemos: la vida superficial lleva a discernimientos (si es que se puede utilizar esta palabra) superficiales. La vida espiritual cuidada nos acerca a la posibilidad de hacer las cosas bien. Y esta es una tarea que todos tenemos que plantearnos, del mismo modo que la Orden debe plantearse como nos puede ayudar.
2-El buen discernimiento necesita de su metodología. Esto daría para un libro, por eso simplemente me contento con mencionarlo. Me estoy refiriendo a cosas muy concretas, como estas: que haya claridad en la pregunta que debemos responder o en el tema que debemos decidir; que todos estén bien informados; que esté claro quién y cómo se toma la decisión (el superior, la comunidad, etc.); que haya espacio para la oración y el compartir comunitario, tanto de los frutos de la oración como de nuestras ideas; que estemos abiertos a las ayudas externas que podamos necesitar para profundizar en la reflexión, etc. Creo que para avanzar en la sinodalidad nos vendrían muy bien algunos encuentros de aprendizaje sobre los procesos de discernimiento.
3-Este es precisamente el tercer punto que quiero proponer. Lo podemos llamar “aprendizaje progresivo”. Es claro que, en algunas de nuestras comunidades y, quizá, en algunas de nuestras demarcaciones, tenemos no pocas deficiencias en todo lo relativo al discernimiento y toma de decisiones. Seguro que esto es verdad. Pero también lo es que todas pueden -podemos-aprender. Y el modo de aprender es caminando. Impulsemos el aprendizaje progresivo de las dinámicas propias de la sinodalidad y del discernimiento. Así, poco a poco, aprendiendo de los errores, podremos avanzar por sendas más abiertas a las inspiraciones del Espíritu Santo.
4-El fruto del discernimiento bien hecho es el “acuerdo de corazón”. Si lo hemos hecho bien, nunca debemos salir de un proceso de discernimiento y de toma de decisiones o de elecciones sintiendo que hemos perdido porque no ha salido lo que esperábamos. El discernimiento no busca aislar al diferente, sino integrar a todos para que todos podamos colaborar con gusto en lo que hemos decidido, aunque no todos estemos de acuerdo ni tengamos la misma opinión. No vivimos en comunidad ni nos reunimos para tomar decisiones porque todos pensemos lo mismo, sino porque todos deseamos profundamente escucharnos, orar juntos, buscar el querer de Dios y ponernos “manos a la obra” para llevar adelante la decisión elegida. Tenemos buenas experiencias en las que hemos tomado decisiones desde posiciones distintas, pero honestamente habladas, oradas y decididas.
5-Necesitamos hacernos las preguntas adecuadas. El discernimiento espiritual, apostólico o institucional, tanto en la dimensión personal como en la comunitaria, necesita “apertura de visión” para comprender dos cosas esenciales: que los temas sobre los que queramos trabajar sean de verdad significativos, y que nuestra comunidad sea capaz de detectarlos, de comprender los “signos de vida” que emergen y la “novedad de respuesta” que precisan. En estos meses en los que celebramos los capítulos locales y demarcacionales en el conjunto de las Escuelas Pías, esta “apertura de visión” es más necesaria todavía para tratar de acercarnos a las preguntas que verdaderamente deben ser objeto de nuestro discernimiento. Creo que hay preguntas comunes y preguntas específicas de las diversas situaciones en las que vivimos.
Pongo algunos ejemplos de preguntas que nos podemos hacer: ¿qué supone para nosotros la llamada a la sinodalidad? ¿de qué manera podemos impulsar auténticamente la misión compartida? ¿qué áreas debemos tener más en cuenta para que nuestros jóvenes en formación puedan crecer en una más clara identidad carismática? ¿cómo ver y potenciar las “oportunidades de vida” que sin duda emergen en todas las demarcaciones, también en aquellas que parecen tener más dificultades o en las que el sentimiento de desánimo puede estar más enraizado? ¿quién es el hermano al que creemos que en este momento le podemos pedir el servicio de superior, según nuestras Constituciones? ¿qué significa para nuestra Provincia “caminar con los jóvenes”? Evidentemente, podríamos seguir. Estamos ante un reto importante: demos a nuestros procesos capitulares la posibilidad de provocar novedad.
Termino esta carta fraterna con un apunte relacionado con el discernimiento espiritual que todos somos llamados a vivir. El discernimiento no es sólo una metodología, o un modo de afrontar problemas o preguntas. Es, sobre todo, una dimensión de la vida cristiana, una dimensión de nuestra fidelidad vocacional, que tiene que estar siempre presente en nuestra oración, en nuestra vida cotidiana, en el ejercicio de nuestra misión. En definitiva, en la vivencia crecientemente auténtica de nuestra vocación, en nuestra vida cotidiana. No vivimos en una “burbuja de tranquilidad” que nos pone las cosas fáciles. No es así la vida. Vivimos -y discernimos- en medio de nuestras búsquedas diarias, nuestras pequeñeces, nuestros propios pecados, nuestras debilidades y nuestros esfuerzos de fidelidad., Somos lo que somos, y desde esa nuestra realidad, vivimos y encarnamos nuestra fe y nuestra vocación. Desde ahí hemos de tratar de ser fieles, crecientemente fieles, a lo que Dios quiere de nosotros. Esa es la vida de cada uno de nosotros, de nuestras comunidades y de nuestras Escuelas Pías.
Si nunca lo habéis hecho, os invito a ver la película “De Dioses y hombres”, en la que contemplamos la historia de los monjes cistercienses de Tibhirine, mártires en aquella Argelia que tanto amaron. Es una historia de discernimiento espiritual bien realizado. Nos basta con leer el testimonio que dejó escrito el prior de la comunidad, Christian de Chergé, para darnos cuenta de que, efectivamente, todos ellos buscaron honestamente ser fieles a su propia vocación, en una situación bien compleja, a través de un honesto, sincero y, por qué no decirlo, difícil, proceso de discernimiento espiritual. No hace mucho tiempo que todos ellos fueron beatificados por el Papa Francisco.
Os agradezco la acogida de estas reflexiones, que concluyo con una invitación: no simplifiquemos la llamada a la sinodalidad. Muy al contrario, entremos a fondo en lo que el Espíritu Santo está pidiendo a la Iglesia.
Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
Celebrar a Calasanz

Como cada 25 de agosto, todos los que somos y nos sentimos hijos e hijas de San José de Calasanz celebramos con profunda alegría su solemnidad litúrgica, desde la que agradecemos a Dios su carisma, su santidad, su paternidad y su intercesión por nuestras amadas Escuelas Pías, la obra a la que dedicó su vida y el espacio eclesial desde el que todos nosotros vivimos y compartimos nuestra vocación.
Es cierto que lo celebramos cada año, pero también lo es que Calasanz siempre ofrece algo nuevo para cada uno de nosotros, para nuestras comunidades, para nuestra misión. Por eso, nuestra primera invitación es ésta: ¿cómo resuena en usted, en su comunidad, en su vida, la celebración de Calasanz en este año 2022? Quizá una de las mejores maneras de celebrar a Calasanz sea responder a esta pregunta desde el centro de su experiencia vocacional.
Este año 2022 no es cualquier año para nosotros. Es un año inspirado por el 48º Capítulo General, que nos animó a caminar centrados en Cristo, el único Señor. Es un año en el que hemos celebrado el 400º aniversario de la aprobación de las Constituciones y de la configuración de las Escuelas Pías como una Orden religiosa de votos solemnes. Es un Año Vocacional. Es un año en el que celebramos el 25º aniversario del documento “El laicado en las Escuelas Pías”. Es un año con muchas celebraciones y efemérides que marcan también la riqueza del camino que estamos recorriendo como escolapios. Por eso, la segunda invitación que les hacemos es esta: celebren a Calasanz agradeciendo al Señor lo que han vivido este año en su vocación, en su misión, en su comunidad, en definitiva, en su vida escolapia.
Una tercera invitación, con al que deseamos terminar este mensaje de felicitación: Calasanz sigue desafiándonos, sigue moviendo nuestro interior, sigue suscitando opciones en cada uno de nosotros. Nunca nos deja indiferentes; no nos acercamos a él como quien se acerca a una figura simplemente interesante. Nos acercamos a él como a aquél que ha sabido acoger el don de Dios y lo ha sabido hacer madurar y fructificar para que cada uno de nosotros lo viviéramos como vocación. ¿A qué se sienten llamados por Calasanz?
Celebrar al fundador es una buena oportunidad para tratar de crecer en nuestra vocación. Este es nuestro deseo y nuestra propuesta para todos. ¡FELIZ DÍA DE SAN JOSÉ DE CALASANZ!
La Congregación General de las Escuelas Pías
TU VOZ, nuevo lema para el curso 2022-23
“Tu Voz” es el nuevo lema propuesto desde el Movimiento Calasanz al conjunto de las Escuelas Pías. El nuevo eslogan pretende “seguir el proceso sinodal de la Iglesia y comunicar a todos y, sobre todo, a cada joven: queremos escuchar tu voz”. Es un lema muy sugerente ya que invita a abordarlo desde diferentes perspectivas. Tu voz es importante porque tú eres importante para nosotros, así es el mensaje del último Capítulo General de las Escuelas Pías a todos los chicos y chicas. En esa dinámica de sinodalidad pretendemos escucharnos unos a otros. Nosotros, los seguidores de Jesucristo queremos estar atentos a la voz del Señor. En este Año Vocacional Escolapio buscamos discernir la voluntad de Dios en nuestra vida. En nuestras comunidades oramos: Señor, escucha nuestra oración y óyenos. Confiamos en Cristo porque Él como la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.
El logotipo
El logotipo, sencillo, representa con tipografía informal el lema e incluye el icono del ecualizador -representando las ondas sonoras de nuestra Voz– en forma de cruz insertada en las letras que componen TU VOZ. El Señor se hace presente con su Voz, en medio de nosotros.
Los carteles
El cartel propuesto para los pequeños evidencia la presencia de Dios en medio de nosotros y de nuestra realidad. Dios está presente con su amor, y tenemos la posibilidad de reconocerlo en nuestro día a día.
Para los mayores, la propuesta es más simbólica, bajo una silueta que representa un niño con la mirada alzada y hablando –insistiendo en la idea de dar voz a los jóvenes–, se superponen distintos fondos que nos hablan de diferentes realidades y experiencias.
El MCal pone a disposición de todas las demarcaciones los materiales promocionales, ya sea el logotipo como las propuestas de carteles: https://movimientocalasanz.org/lema-22-23/
San Pompilio María Pirrotti: En proceso de continua conversión
La vida de San Pompilio es conocida por los escolapios con superficialidad. Tenemos comúnmente la idea de que fue conflictivo, enfermizo y depresivo, predicador itinerante, milagrero y místico… Se nos escapa quizás su intensa espiritualidad, expresada en un lenguaje y en unas formas externas muy alejadas de nuestra mentalidad actual. Por otra parte, su vida de apostolado coincide con los años de crisis jansenista y quietista en Italia. Se le prohibió varias veces confesar y predicar por parte de obispos de mentalidad jansenista, fue perseguido y desterrado de diversas ciudades por autoridades civiles y militares, tropezó con la Inquisición acusado de quietismo…
Pompilio fue maestro de escuela y después profesor de retórica desde 1732 hasta 1740. Transcurridos los ocho años de dedicación exclusiva a la enseñanza prescritos por el Capítulo General de 1718 para todo escolapio, comenzó a simultanear la docencia con la predicación y la dirección espiritual a las que se fue entregando cada vez con mayor intensidad y en lugares muy diversos. Este constante peregrinar apostólico, lleno de dificultades y conflictos, duró 25 años…
Profundizar en nuestra espiritualidad escolapia – Salutatio Patris Generalis
Esta es la formulación elegida por nuestro Capítulo General para expresar la primera de las Claves de Vida de la Orden, encuadrada en el así llamado núcleo configurador de la “centralidad de Jesucristo en nuestra vida y misión”. Son dos las opciones que se nos proponen para la adecuad vivencia de este núcleo: la espiritualidad y la vida comunitaria. Sobre esta segunda escribí el pasado mes; ahora me he decidido a escribiros sobre la primera.
Mi pretensión es muy simple: ofreceros algunos comentarios sencillos sobre algunas de las propuestas y criterios desde los que nuestro documento capitular presenta el reto de profundizar en nuestra espiritualidad escolapia. Vamos allá.
Quiero comenzar destacando que la “profundización en nuestra espiritualidad” es la primera de las Claves de Vida desde las que nuestro Capítulo General definió el “núcleo configurador” del camino que estamos llamados a recorrer en este sexenio y, sin duda, mucho más allá de los límites temporales desde los que un Capítulo General ilumina la vida y la misión de la Orden. No creo que este hecho -la primacía- sea algo insignificante. Por el contrario, lleva consigo un mensaje y marca un camino.
Por eso es bueno empezar por decir algo que, no por repetido, deja de tener su importancia: la espiritualidad cristiana consiste en vivir según el Espíritu, siguiendo los pasos de Jesús. Esta es la definición más breve y concreta que podemos dar de este apasionante desafío. La espiritualidad es un camino de seguimiento del Señor, que se expresa y se vive en el discipulado, como una dinámica vital que nos ayuda a vivir desde Dios y nos abre a obrar en apertura y escucha del Espíritu.
La espiritualidad calasancia radica en el modo en el que nuestro fundador encarnó y asumió ese camino de seguimiento: caminar desde el profundo deseo y aspiración de configurarse con Cristo. La espiritualidad escolapia procede de esa espiritualidad de Calasanz, enriquecida con las diversas respuestas y experiencias que como Orden hemos ido dando a lo largo de los siglos y por los descubrimientos que han ido configurando lo que somos y estamos llamados a vivir, tal y como se expresa en nuestras Constituciones.
Vivimos en un mundo en el que la pérdida de sentido de Dios y el estrechamiento de los horizontes de la humanidad dificultan mucho la comprensión y la vivencia de “lo espiritual” en tantas personas, también entre aquellas que viven y crecen entre nosotros. No está de más que nosotros pensemos si, a pesar de nuestra identidad y de nuestra consagración -quienes somos religiosos- o a pesar de nuestras opciones de vida cristiana y escolapia, necesitamos replantarnos este apasionante reto. Este es el objetivo que nos plantea el Capítulo.
Recuerdo un párrafo del muy conocido libro de Karl Rahner “Cambio estructural en la Iglesia”. El libro tiene 50 años. Pero dice cosas como esta: “Necesitamos una Iglesia de espiritualidad auténtica. Tenemos el riesgo de ser, en el terreno de lo espiritual, hasta un extremo tremendo, una Iglesia sin vida, en la que predomina el ritualismo, el legalismo, la burocracia y un “seguir tirando” con una resignación y un tedio cada vez mayores por los carriles habituales de una mediocridad espiritual”. [1] La vivencia y el cuidado de la espiritualidad es una necesidad de Vida con mayúsculas. Por eso creo que nuestro Capítulo nos desafía certeramente cuando nos llama a “profundizar” en esta dimensión. Una experiencia superficial, descuidada o poco consistente de nuestra espiritualidad agosta y marchita nuestro tesoro e impide que podamos ofrecer a nuestros alumnos y a nuestros jóvenes lo que más necesitan.
Entremos en el contenido del documento y de las Líneas de Avance que nos ofrece. Creo que todo el texto es muy significativo.
1-En primer lugar, se proponen ocho criterios desde los que somos llamados a plantear nuestra espiritualidad. Hay que leerlos con detenimiento, porque indican caminos muy concretos, expresados desde un lenguaje activo y provocador. Hablamos de cultivar, de caminar, de vivir desde proyectos, de sinodalidad, de compartir, de profetizar, de comunión, de ecología integral.
En definitiva, estas son las llamadas que recibimos: vivir la espiritualidad como camino de santidad; cultivar nuestro espíritu de oración; sinodalidad y construcción de comunión y solidaridad; proyectos y opciones que respondan a lo que la Iglesia y el mundo de hoy necesitan de nosotros; compartir nuestro tesoro con la Fraternidad y con las personas que caminan con nosotros; asumir la llamada a ser profetas; vivir desde una ecología integral.
Creo que son criterios ricos, actuales y propositivos, y expresan el deseo-y la opción- de la Orden de escuchar el sentir de la Iglesia y, sobre todo, de los jóvenes.
2-En segundo lugar, el documento nos presenta la opción central de Calasanz, desde la que nuestro santo padre configuró y vivió su espiritualidad: la kenosis. El documento nos refiere a esta experiencia centralmente calasancia. Nos basta con relacionar dos conocidos textos de Calasanz para comprenderlo. “Es un buen principio de la vida espiritual el del propio conocimiento y miseria en la que todos nacemos y también de la ingratitud con que después de tantos beneficios hemos correspondido a Dios”. [2]
Veamos el camino que propone para conseguirlo: “La strada o vía más breve y más fácil para ser exaltado al propio conocimiento y desde él a los atributos de la misericordia, prudencia e infinita paciencia y bondad de Dios es el abajarse a dar luz a los niños, y en particular a los que son como desamparados de todos, ya que por ser oficio a los ojos de todos tan bajo y tan vil, pocos quieren abajarse a él, y suele Dios dar ciento por uno, sobre todo si haciéndolo bien, tuviese persecuciones o tribulaciones en las cuales, si se toman con paciencia de la mano de Dios, se halla el céntuplo de espíritu”[3].
Pienso que es muy significativo que el Capítulo General nos recuerde que la actitud de fondo desde la que podemos profundizar en nuestra espiritualidad es la kenosis, el abajamiento, a imitación del único Maestro.
3-En tercer lugar, nuestro documento destaca algunas de las notas de nuestra espiritualidad que quizá son más necesarias en el mundo de hoy. Este es un bello ejercicio de discernimiento comunitario: ¿Cuáles son las claves de nuestra espiritualidad que hoy son más necesarias y, por lo tanto, más hemos de cuidar y profundizar? ¿Por qué el 48º Capítulo General destaca estas claves, cada una de ellas? Son estas: espiritualidad cristo-céntrica, dócil al Espíritu, atenta a la Palabra, provocadora de servicio, buscadora de comunión, sacramental, mariana, eclesial, orante, conectada con la misión y encarnada en la vida, cultivadora de las virtudes pedagógicas calasancias, dinámica y sustentadora de la misión.
Sería un buen ejercicio comunitario pensar cada una de estas características y tratar de reflexionar, en común, sobre lo que supone para nuestra vida y nuestra comunidad el reto de profundizar en cada una de estas características. No son teóricas, sino provocadoras de nuevas respuestas.
4-Finalmente, el documento capitular propone algunas “Líneas de Acción”. Voy a comentar solamente las tres primeras, aunque no hay duda de que las siete que vienen propuestas tienen una notable carga de renovación.
- Cultivar el acompañamiento espiritual. Pienso que la propuesta de vivir espiritualmente acompañados (de modo personal y comunitario) resonó con fuerza en el aula capitular. Es interesante notar los frutos que el Capítulo dice que podemos recibir si así vivimos: “una mejor comprensión de la voluntad de Dios en la propia vida y un mejor conocimiento de nosotros mismos”. No hay duda de que estamos ante una “vía de crecimiento espiritual” que sería muy importante que nuestros capítulos demarcacionales reflexionaran y potenciaran.
- Trabajar procesos que enriquezcan nuestra oración personal y comunitaria. El Capítulo afirma que tenemos que cuidar y enriquecer nuestra oración, y que esto supone trabajar aquellos procesos que lo hagan posible. Destaco algunos: el aprendizaje de la meditación, la lectio divina, el cuidado de la celebración eucarística comunitaria, el proyecto personal de vida espiritual, la atención a las devociones que más nos ayudan, los retiros comunitarios, las dinámicas de ejercicios espirituales, la dirección espiritual, etc.
- Potenciar nuestra espiritualidad desde el encuentro con los niños y jóvenes, preferentemente pobres. Nuestra espiritualidad se fortalece desde los niños y jóvenes, como le ocurrió a Calasanz. Nuestro fundador ofreció a los niños y jóvenes una manera original y nueva de comprender una de las mayores novedades del anuncio evangélico, que no es otra que la experiencia de que Dios nos ama. Calasanz ofrece a los niños la experiencia de sentirse amados por Dios. A veces no nos damos cuenta de la hondura y de la radicalidad de esta experiencia, profundamente espiritual. El escolapio que se aleja de los niños y jóvenes pierde el contacto con la fuente que asegura su vitalidad. El “alejamiento” es también algo espiritual. Puede haber escolapios que estén todo el día en la misión con los niños, pero espiritualmente lejos de ellos, y escolapios en otros quehaceres no directamente relacionados con el contacto frecuente con los niños y jóvenes, pero profundamente cercanos a ellos y alimentados por este inagotable manantial de vida que emerge de aquellos por quienes Calasanz fundó las Escuelas Pías.
Me gustaría terminar esta carta fraterna con una invitación bien concreta: que en todas nuestras comunidades dediquemos un tiempo a compartir los retos que nos propone esta primera Clave de Vida de la Orden: la espiritualidad escolapia. Estoy seguro de que encontraremos nuevas preguntas y nuevos caminos de seguimiento y fidelidad.
Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] Rahner, Karl. “Cambio estructural en la Iglesia”, Ed. Cristiandad, Madrid 1974, pág. 102
[2] San José de Calasanz. Opera Omnia, tomo III, página 328, documento 1339.
[3] San José de Calasanz. Opera Omnia, tomo III, página 235, documento 1236.


