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Elementos Calasancios: 02/La opción por los pobres

Orientación de fondo de nuestra acción por la cual abrimos nuestras Obras a quienes más lo necesitan, educamos desde la perspectiva del pobre, ofrecemos nuestra propuesta educativa a quienes no tienen posibilidad de acceso a la educación formal y procuramos responder al reto que nos plantean las nuevas pobrezas que afligen a los niños y jóvenes.

El 17 de marzo de 1646 llegó a San Pantaleón don José Palamolla, secretario del cardenal vicario Ginetti, y ante la comunidad reunida en el oratorio de San Pantaleón leyó un breve apostólico por el cual, el Papa ordenaba la reducción de la Orden de las Escuelas Pías; un decreto que condenaba una obra tan beneficiosa para los pobres a la práctica extinción.

No entramos en las razones concretas por las que se emitió el decreto; pero sí la actitud que tuvo el santo Calasanz ante noticia tan desoladora. Tenía conciencia de que era un decreto injusto: Con la presente, le advierto a VR que, aunque le escriban que nuestra religión será destruida, no dé crédito a tales noticias, porque esperamos que Cristo bendito y su Madre Santísima estarán de nuestra parte y desbaratarán todas las maquinaciones de los adversarios. (EP 4344).

La misma tarde de la lectura del decreto, escribe una carta a varias comunidades en la que comunica la fatal decisión del Papa y anima a los religiosos a seguir adelante en la misión: No dejen de continuar con alegría el Instituto y de estar unidos y en paz, esperando que Dios lo remediará todo. (EP 4342). 

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Elementos Calasancios: 01/Centralidad de niños y jóvenes

Elementos Calasancios: 01/Centralidad de niños y jóvenes

Orientación fundamental por la cual la formación, la plena realización humana y cristiana y la felicidad de los niños y jóvenes constituyen el núcleo de nuestra Misión.

El filósofo Blaise Pascal (1623-1662) contemporáneo de Calasanz, expresa lo que la mayoría de la sociedad del siglo XVII pensaba de la infancia: “En cuanto los niños empiezan a tener razón, no se nota en ellos más que ceguedad y flaqueza: tienen el espíritu cerrado para las cosas espirituales y no pueden comprenderlas. Por el contrario, tienen los ojos abiertos para el mal; sus sentidos son susceptibles de toda corrupción y tienen un peso natural que a ello condice”. Es una visión muy negativa del niño que también compartían otros pensadores de la época: Montaigne, Luis Vives, Thomas Hobbes (Cubells:65).

Calasanz adquiere un conocimiento muy profundo de los niños a través de la experiencia directa que tiene con ellos y de una plena confianza en las potencialidades que tienen como hijos de Dios con una vocación de plenitud. Su experiencia de fe le ayudó a descubrir en los niños la imagen de Dios, la persona de Cristo de tal modo que escribe: Me gusta servir a los niños pobres porque en ellos veo a JesucristoSi los nuestros que han ido a ese país (Alemania) tuviesen en cuenta de lo que se hace a un pobre niño lo recibe Jesucristo en su propia persona, estoy seguro de que pondrían mayor diligencia

Considera que en los niños pobres está la presencia viva de Jesucristo tal como lo recordaba en las Constituciones citando el evangelio: “Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. (CC nº 4). 

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Bajo la guía del Espíritu Santo – Salutatio Patris Generalis

Calasanz dio comienzo a sus Constituciones, escritas hace ahora 400 años, incluyendo una frase que los escolapios de todas las generaciones aprendían de memoria: “Spiritu Sancto duce”. La Congregación General ha decidido que nuestro 48º Capítulo General sea convocado bajo este lema tan querido por el santo fundador: “Bajo la guía del Espíritu Santo”.

No se trata sólo de un “recuerdo de aniversario”. Es verdad que cuando nos acercamos al cuarto centenario de la redacción de las Constituciones de San José de Calasanz todos nos sentimos especialmente agradecidos a Dios por la paternidad de Calasanz sobre las Escuelas Pías y por la grandeza y sencillez de la vocación que él engendró en la Iglesia, la vocación escolapia. Es verdad también que surge en nosotros el deseo de conmemorar, de celebrar, de poner de manifiesto la bondad de Dios para con la Obra de Calasanz, que lleva ya cuatro siglos de camino y de historia de entrega a los niños y jóvenes. Es cierto que, en esta dinámica, nos gusta subrayar ideas o frases que nos llaman especialmente la atención y que queremos destacar, siendo la que nos ocupa –bajo la guía del Espíritu Santo– una de las más significativas.

Pero lo que queremos y necesitamos es mucho más. Lo que buscamos, soñamos y esperamos es que nuestro Capítulo General sea, en verdad, una ocasión del Espíritu, una oportunidad de escucha y acogida de sus inspiraciones, un espacio de discernimiento espiritual que nos ayude a marcar la dirección que la Orden debe seguir en los próximos años, en fidelidad al Evangelio, a Calasanz y a nuestra misión educativa y pastoral.

Escribo esta carta fraterna con el objetivo de contribuir a este precioso objetivo: que reflexionemos en profundidad sobre lo que significa celebrar un Capítulo General “bajo la guía del Espíritu Santo”.

Quisiera centrarme solamente en dos aspectos, con el fin de respetar no sólo el espacio, sino también el sentido de una Salutatio. Por un lado, quiero invitaros a acercaros a las claves desde las que Calasanz habla de la fidelidad al Espíritu. Y, por otro, quiero proponer algunas actitudes que nos pueden ayudar en esta apasionante tarea.

En primer lugar, creo que hay tres espacios especialmente importantes en los que Calasanz habla de la guía del Espíritu: la Iglesia, la Formación y la Oración. Hay muchas más, pero estas son especialmente claras y significativas para mí.

El Proemio de Calasanz (CC 1 y C4) comienza diciendo “Cum in Ecclesia Dei”. Desde el primer momento, Calasanz tiene claro que quiere vivir en la Iglesia, ser fiel a ella, y escuchar en ella la voz del Espíritu, que impulsa (tendant) y convoca (vocavit) a cooperar de modo diligente en la misión evangelizadora. Para Calasanz está muy claro: vivimos y somos “en la Iglesia de Dios”, y en ella y con ella discernimos, trabajamos, cooperamos y sentimos. ¿Qué significa esto para nosotros hoy? Sin duda, lo mismo que para Calasanz: fidelidad, pertenencia, compromiso, escucha, plegaria… ¡tantas cosas!

Pienso que esta tiene que ser una de las claves desde las que nuestro Capítulo sea capaz de vivir “bajo la guía del Espíritu Santo”: escuchar la voz del Pueblo de Dios y tomar decisiones en profunda comunión eclesial. Vivimos en una Iglesia, que nos ayuda a poner la mirada en los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional; en una Iglesia que busca crecer en sinodalidad y en participación corresponsable; en una Iglesia que propone un nuevo Pacto Educativo Global; en una Iglesia que busca una educación desde una ecología integral. Formamos parte de una Iglesia que lucha en cada contexto por anunciar con claridad el mensaje del Evangelio, y por ser portadora de la caridad de Cristo por todos los hombres y mujeres.

En segundo lugar, me gusta contemplar a Calasanz hablando del Maestro de Novicios (CC23). Calasanz pide al formador que “interprete con fino discernimiento en cada novicio su tendencia profunda o la orientación del Espíritu Santo”. La tarea formativa es contemplada por Calasanz como un ejercicio de discernimiento continuo para descubrir y secundar las inspiraciones del Espíritu Santo en el propio corazón. Y si esto se puede decir de la   formación de los novicios, podemos y debemos decirlo de toda la vida escolapia, en cualquier edad y momento vital.

Necesitamos escuchar la voz de la Iglesia, que hoy nos llama a la centralidad de Jesucristo, a la preferencia por los pobres, la autenticidad de vida, la misericordia, el anuncio gozoso de la Buena Noticia, la pobreza y sencillez de vida, a la experiencia auténtica y firme de nuestro carisma específico, y al testimonio evangélico de la superación de la autoreferencialidad y el clericalismo. Escuchamos al Papa que nos llama “a ser, de verdad, expertos en comunión y a salir de nosotros mismos para ir con valentía a las periferias existenciales, y nos invita a un nuevo “Pentecostés de los Escolapios”. Acogemos los deseos de Francisco, que espera que la casa común de las Escuelas Pías se llene de Espíritu Santo, para que se cree en nosotros la comunión necesaria para llevar adelante con fuerza la misión propia de los Escolapios en el mundo, superando los miedos y barreras de todo tipo. Que sus personas, comunidades y obras pueden irradiar en todos los idiomas, lugares y culturas, la fuerza liberadora y salvadora del Evangelio. Que el Señor les ayude a tener siempre un espíritu misionero y disponibilidad para ponerse en camino[1]”.

Si vivimos abiertos al querer de Dios, tratando de encarnar la vocación con honesto y humilde deseo de autenticidad, la persona y la vida del escolapio se constituyen en espacio de manifestación de Dios, que impulsa desde el interior (internam propensionem) hacia la plenitud vocacional.

Es por esto por lo que nuestro Capítulo General dedicará un tiempo a reflexionar sobre “el escolapio que necesitamos” y las mediaciones desde las cuales podemos ayudarnos unos a otros a crecer. En esta tarea es clave la formación inicial, pero sobre todo es clave la vida escolapia vivida en creciente esfuerzo de autenticidad. Ahí también está en juego la apertura al Espíritu.

Un tercer espacio del que Calasanz habla explícitamente como ocasión del Espíritu es la oración, la meditación sosegada y serena de la Palabra de Dios, la vivencia sincera de la vida espiritual. Todos conocemos la preciosa expresión de Calasanz en la que -citando Juan 3, 8- afirma que “la voz de Dios es voz de espíritu que va y viene, toca el corazón y pasa; no se sabe de dónde venga o cuándo sople; de donde importa mucho estar siempre vigilante para que no venga improvisamente y pase sin fruto[2]”.

Me alegro profundamente de que el Capítulo General vaya a dedicar algo de su trabajo a entrar en lo que podríamos llamar el “modo calasancio de orar”, y nos pueda ofrecer algunas pistas para profundizar en aspectos propios de nuestra espiritualidad que en ocasiones podemos descuidar. En Calasanz, la oración es un espacio de escucha y docilidad a las indicaciones del Espíritu Santo, vinculada con el sosiego y el silencio interior, con la meditación y la contemplación del Señor.

Muchas veces he pensado que los escolapios desconocemos o descuidamos la profundidad de la espiritualidad calasancia, y en ocasiones acudimos a otras espiritualidades o devociones más o menos alejadas de nuestra propia identidad. Necesitamos entrar más a fondo en la herencia espiritual de Calasanz, y formar desde ella a nuestros jóvenes. A veces veo incluso en Casas de Formación ciertas maneras de orar que no responden a lo que hemos recibido como herencia, y bien consolidada, de nuestro propio patrimonio espiritual.

Sintetizo esta primera parte de mi reflexión compartida recordando su hilo conductor. Nos ayuda a entender lo que significa celebrar un Capítulo General bajo la guía del Espíritu Santo el acercarnos a los espacios privilegiados que Calasanz destaca como “ocasiones del Espíritu”. He querido destacar sobre todo tres: nuestra vivencia eclesial, nuestra formación y vida escolapia atenta al trabajo interior del Espíritu y nuestra experiencia espiritual y de oración. Sin duda, tres ámbitos que deberemos tener muy presentes en estos meses y en el próximo sexenio.

Quiero dedicar la segunda parte de mi carta fraterna a destacar dos actitudes que nos pueden ayudar en esta tarea tan apasionante de vivir bajo la guía del Espíritu Santo. Creo que nuestro Capítulo General nos hará un gran servicio si nos las propone y nos las recuerda a todos, y que nosotros haremos del Capítulo un buen espacio de discernimiento si las vivimos y las compartimos. Cada una de ellas daría para una muy amplia reflexión, pero creo que vale la pena decir algo de cada una.

Vivir la vida como un proceso espiritual. Nuestra vida suele estar llena de actividad, de trabajo y de diversas responsabilidades. Esto probablemente nunca cambie. Pero hay ciertos dinamismos que, sin “ahorrarnos trabajo”, nos ayudan a vivir de modo más consciente todo lo que hacemos, y a saber percibir la presencia de Dios en nuestra vida. Se trata de saber dar nombre a lo que vivimos; trabajar para ponerlo en manos de Dios;  cuidar aquellas mediaciones que nos ayudan a vivir más centrados en la fe; trabajar nuestra libertad interior que nos ayuda a decidir desde el bien común y no desde nuestros planes personales; cuidar las diversas dimensiones de nuestra vocación siendo conscientes de nuestra fragilidad; buscar aquellas ayudas que nos puedan fortalecer; encontrar en la misión y en la comunidad apoyo y fortaleza; cuidar aquellos tiempos en los que podemos estar más dedicados al trabajo interior, valorándolos en su justa medida; vivir la vida cotidiana como clave de fidelidad, etc. En definitiva, de lo que se trata es de asumir que nuestra vocación necesita de un proceso espiritual cuidado y compartido. Espero que nuestro Capítulo nos ofrezca alguna palabra sobe todo esto.

Valorar la entrega a la misión. Para el escolapio, la entrega a los niños y jóvenes es la más genuina expresión del encuentro con Cristo. Desde el nacimiento de nuestra Orden, este “secreto calasancio” nos ha marcado profundamente: “Quien acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a Mí” (Mc 9, 37). Calasanz se refiere a este texto en su Proemio, y lo hizo carne propia toda su vida. Es bueno que nuestro Capítulo General, que tendrá bien presente el 400º aniversario del Memorial al cardenal Tonti, ofrezca orientaciones sobre nuestro insustituible ministerio. Es de gran ayuda leer en el Proemio de Calasanz que tendemos a la perfección de la caridad, bajo la guía del Espíritu Santo, mediante el ejercicio de nuestro propio ministerio (CC1, C4). Nuestra misión no es sólo un “trabajo”, sino el espacio privilegiado de encuentro con Cristo.

Tengo la experiencia de haber conversado con muchos jóvenes escolapios que inician su ministerio y tienen sus primeras experiencias como educadores y como sacerdotes. Es muy frecuente que me digan algo como esto: “es mucho más lo que me dan los niños a mí que lo que yo les doy a ellos” o “lo que me sostiene en mi vocación es el encuentro con los niños”. Durante la experiencia de la pandemia pude conversar con varios escolapios, todos ellos coincidentes en una nostalgia profunda: “me faltan los niños”. Nuestra misión, nuestra entrega diaria a los niños y jóvenes, es un elemento central de nuestra vivencia espiritual y de nuestra capacidad de vivir bajo la guía del Espíritu Santo.

Sigamos orando por los frutos de nuestro Capítulo General, para que todo sea para Gloria de Dios y Utilidad del Prójimo.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.

Padre General

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[1] FRANCISCO. “Mensaje a las Escuelas Pías en el Año Jubilar Calasancio”. Noviembre de 2016

[2] San José de Calasanz. OPERA OMNIA. Capítulo 1, página 169. Carta de 23 de noviembre de 1622.

Identidad Escolapia

Una de las líneas de acción que aprobó el Capítulo General de 2015 fue “llevar adelante un proceso de profundización en la identidad de la escuela calasancia, con el fin de cuidar y potenciar el carácter propio que debemos realizar los escolapios en nuestra tarea educativa”. Con este fin, el Secretariado de Ministerio ha redactado algunos temas formativos para los educadores de nuestras obras escolapias.

El primer artículo “Criterios para la formación en clave de identidad” va destinado específicamente a los responsables de diseñar y promover la formación de los educadores. La formación más consistente es la que es capaz de transmitir una identidad carismática, tarea mucho más profunda y compleja que leer un libro o dar talleres formativos. El educador recibe la identidad cuando vive su trabajo como una misión y se siente vinculado carismáticamente a las Escuelas Pías. 

Los siguientes artículos desarrollan cada uno los diez indicadores de calidad calasancia. Cada artículo comienza con una reflexión de cómo aparece esta dimensión en el origen de las Escuelas Pías; después, cómo se entiende hoy desde la praxis y la reflexión escolapia. Se ofrecen algunas orientaciones para incluir en el proyecto educativo y unas pistas para la evaluación personal del educador. Finalmente, la propuesta de unas preguntas para la reflexión personal o en grupo.

El material puede tener muchos usos y puede proponerse su estudio en cualquier momento del proceso formativo de los educadores. Está pensado para compartirlo en el pequeño grupo y provocar una reflexión desde la experiencia personal. No se trata de saber mucho de Calasanz sino de aprender a relacionar la propia experiencia personal con el relato calasancio de manera que se produzca una conexión mágica desde la profundidad de lo vivido.

Creemos que la formación más eficaz es la que propone experiencias significativas que tocan el núcleo vocacional de la persona, experiencias que generan un proceso de crecimiento en la vocación educadora. Estas experiencias sólo son significativas si hay comunidades vivas de referencia, itinerarios serios de iniciación en la identidad y una buena estructura de acompañamiento. 

Los textos son sólo un espejo en el que mirarse, una lámpara para iluminar el camino. Lo importante es lo que descubre y comunica cada educador a su compañero; lo que se adivina y se sueña juntos. Formar en clave de identidad es un proceso capaz de generar nueva vida, de actualizar el carisma juntos y de construir identidad compartida desde Calasanz.

Para realizar la misión, los escolapios hemos recibido un carisma que viene de Dios, una lectura calasancia del evangelio, una historia, una espiritualidad y pedagogía propias, personas en comunión, escuelas e instituciones específicas, que nos permiten hacer presentes a Jesús Maestro y la Maternidad de su Iglesia a los pequeños.

“La misión constituye la expresión dinámica y fecunda de la identidad, ya que – como la parábola de los talentos sugiere- la identidad no es un tesoro que hay que guardar escondiéndolo celosamente en un lugar seguro, sino que es un patrimonio que hay que “invertir” y poner a disposición como un don, para que dé fruto.”

Tenemos la convicción de que el estudio de los temas que presentamos en este libro puede ayudar a que nuestros educadores descubran el preciado tesoro del carisma escolapio. 

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Queridos hermanos, escribo esta carta fraterna desde Roma, después de tres meses de confinamiento en la comunidad escolapia de Santander (Provincia Betania), a la que desde aquí reitero mi agradecimiento por su acogida y por su paciencia. Estas semanas (o meses) están siendo para todos nosotros muy especiales y diferentes, y posiblemente sus consecuencias -que todavía no conocemos con claridad- nos seguirán afectando durante bastante tiempo. Probablemente las cosas serán diferentes después del COVID-19. Sin duda, estamos ante un nuevo momento., que nos desafía fuertemente. Por eso he querido titular esta carta con el lema que el Equipo General del Movimiento Calasanz ha propuesto para el nuevo curso: REINICIAR.

¿Qué hemos aprendido en estas semanas o meses de confinamiento obligatorio por razones de salud pública? Creo que a todos nos ayudaría atrevernos a responder a esta pregunta. Voy a intentarlo, dando nombre a algunas experiencias que he escuchado y leído en estos días. Y voy a tratar de hacerlo a pesar de que en muchos lugares de nuestro mundo seguimos confinados, seguimos sin poder llevar adelante nuestra vida normal y nuestra misión.

Normalmente, nuestra vida está siempre llena de actividad, de mucho trabajo, de un sinfín de cosas que nos llenan el día y que difícilmente nos permiten un cierto sosiego. Esto es muy frecuente en el mundo escolapio. Pero quizá estas semanas de confinamiento nos han ayudado a meditar, con cierta profundidad, sobre cómo vivimos, sobre qué es realmente lo esencial, dónde está el centro de nuestra vida y las razones de nuestra misión.

Quizá estos meses hemos podido profundizar un poco más en la experiencia central de la persona de fe, de la persona que tiene puesta su confianza en Dios, y que atraviesa toda la Sagrada Escritura. Es la experiencia del salmista, que proclama con certidumbre: Deteneos y reconoced que yo soy Dios”. No me resisto a transcribir la primera y la última estrofa de este salmo 45 con el que oramos tantas veces en comunidad:

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar / Deteneos, reconoced que yo soy Dios: más alto que los pueblos, más alto que la tierra. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Quizá estas semanas hemos aprendido que podemos “detenernos”. Y ese “detenernos” nos ha ayudado a reconocer que hay un Dios, a hacernos más conscientes de dónde está el sentido de todo lo que hacemos, a comprender que sólo si vivimos en su presencia adquiere plenitud aquello a lo que nos dedicamos. Obviamente, tenemos que seguir trabajando y, si Dios lo permite, nuestra vida debe volver a estar cargada de actividad. ¿Pero hemos aprendido la lección de que de vez en cuando necesitamos detenernos y reconocer que Dios es Dios? Esto tiene muchas consecuencias, algunas de las cuales están contenidas en el salmo 45 del que estamos hablando.

Quiero compartir con todos vosotros algunas pequeñas reflexiones a raíz de todo lo que hemos vivido, de lo que estamos viviendo y de lo que estamos por vivir.

Dios es nuestro refugio, por eso no tenemos miedo. El miedo es libre. Y de vez en cuando viene bien. Recuerdo siempre a un buen hermano escolapio, ya fallecido (el P. Jaume Pallarolas), que siempre decía “Ánimo, valor y miedo”. Y acertaba cuando lo decía. Pero es verdad que el hombre y la mujer de fe, aunque tenga el miedo humano propio de quien se siente inseguro, tiene la plena confianza de que Dios es Padre y sabe lo que necesitamos. Por eso oramos diariamente diciendo “hágase tu voluntad”. Se puede combinar bien la experiencia humana de la inseguridad con la experiencia profundamente creyente de la confianza incondicional. Creo que todos lo hemos experimentado en estos meses. Esta es una primera invitación que nos tenemos que hacer unos a otros después de la pandemia: acrecentar y cuidar nuestra confianza en Dios, para que ésta sea siempre mayor que nuestras inseguridades.

El valor de la comunidad. Como os decía, yo he pasado el confinamiento en una comunidad diferente de la mía. Estos días he aprendido a valorar cada detalle de los hermanos, cada momento de oración compartida, de ayuda y cercanía, de escucha y diálogo, de confidencia y reflexión. Incluso he aprendido a echar de menos mi propia comunidad de Roma, a pesar de que puedo estar muy poco en ella. Ojalá podamos todos crecer en nuestra capacidad de vida comunitaria y en nuestro deseo de vivirla, que no consiste en “estar siempre en casa”, sino en “ser hermano y vivir en común”.

La pasión por la misión. Durante estos meses hemos seguido adelante, como hemos podido, con nuestra misión. Y lo seguimos haciendo. Escuelas funcionando online -donde era posible-, o por radio o whatsapp. Acompañamiento de los alumnos, de los educadores. Eucaristías y celebraciones de la fe compartidas a través de internet. Catequesis, espacios formativos, testimonios de vida, reuniones fraternas entre religiosos de diversos lugares, etc. En la mayor parte de nuestra Provincias los colegios han seguido adelante con su misión educativa, con un gran esfuerzo por parte de los profesores. Pero también es verdad que, en determinados lugares en los que los recursos no lo han permitido, los niños han perdido clases y no han podido continuar con su educación. Esta pandemia nos ha recordado con crudeza la convicción de Calasanz: el derecho a la educación, integral y de calidad, y para todos, sigue siendo un reto. Tenemos que afirmar con claridad que “a mayor pobreza, mejor respuesta y mayor calidad”. Este es el camino.

El sentimiento de Orden. Todos estábamos -y estamos- preocupados por todos. Hemos seguido con interés las informaciones procedentes desde cada Provincia; hemos orado por nuestros hermanos fallecidos por la enfermedad y por la curación de los enfermos; hemos mantenido diversas reuniones para compartir lo que estaba sucediendo en cada presencia escolapia; hemos conocido el aplazamiento de varias profesiones y ordenaciones (Pablo, Carlos Arturo, Geremia, Francesco, Harvin, Orlando, Sergio), y hemos compartido las que sí se han podido celebrar (Shanto, Karuna, Charan, Alex, Emil, Dawid,  Aliaksandr y Przemysław), y aún estamos esperando poder confirmar otras muchas que están previstas estas próximas semanas; la Fraternidad Escolapia ha tenido que aplazar su asamblea general hasta una nueva fecha, etc. La Orden se construye día a día, y estos meses han sido también muy fructíferos en esta experiencia: somos una familia, y nos cuidamos como tal.

Abiertos a un nuevo horizonte. Muchas personas hablan de una “nueva normalidad”. Podemos llamarlo de muchos modos, pero lo que está claro es que muchas cosas van a cambiar. Y muchas deben hacerlo, y a mejor. Para nosotros, que creemos en la educación como motor de cambio, es importante discernir las claves desde las que deberemos irnos situando poco a poco en esta nueva situación. Cuando el Papa Francisco convocó a la sociedad en general a reconstruir el Pacto Educativo, dio en la clave de lo que ahora se nos plantea. Necesitamos construir una sociedad diferente, capaz de un desarrollo sostenible y edificada sobre valores más humanos. Y esto será posible si avanzamos hacia una Educación en todo lo que significa la “ciudadanía global”, una educación en la paz, la solidaridad, la ecología y el derecho a la educación. Estos son los pilares propuestos para este Pacto Educativo Global. Y nosotros, como hijos de Calasanz, lo haremos desde las claves de la fe en Jesús y los valores del Evangelio, que son los que más certeramente nos hacen hermanos, porque nos configuran como hijos de Dios.

Hay que seguir luchando por el proyecto escolapio, por su libre desarrollo y por toda su capacidad de transformación social. Nunca ha sido fácil, y percibimos signos y señales de que las dificultades van a crecer. Pero somos portadores de un proyecto en el que creemos profundamente, y seguiremos adelante, buscando y encontrando caminos, convocando a cuantos se sientan identificados con él a seguir adelante. Sin duda, de la experiencia de esta pandemia hemos de salir con renovado compromiso por las claves fundamentales de la identidad de nuestra misión.

La preciosa experiencia de la pequeñez. Esta pequeña partícula, que ni siquiera tiene vida propia, ha provocado en nosotros una nueva conciencia de algo que teníamos muy olvidado: somos muy pequeños, y nuestra vida tiene un límite. El hombre y la mujer del siglo XXI, que se siente tan capaz de casi todos los logros y avances, ha descubierto de repente que eso no es verdad, que somos muy pequeños y pobres. Cuando todo esto pase, y deseando y trabajando para que pase cuanto antes, hemos de saber cuidar esta verdad que quizá hemos redescubierto: somos pequeños. Ojalá sepamos vivirla acrecentando nuestra confianza en el único que puede dar plenitud, y ojalá sepamos educar a nuestros niños y a nuestros jóvenes en una vida menos llena de nosotros mismos y más llena de amor. Es el camino.

La necesidad de un cambio de vida y de hacer crecer nuestra solidaridad. Vivimos en una sociedad que va a pasar por una fuerte crisis. Crisis de esperanza, crisis de trabajo, crisis económica, en definitiva, una crisis que debe ser vivida por nosotros con paz, con certezas y con compromisos. No podemos vivir y trabajar como si nada hubiera pasado. Tenemos que plantearnos qué nuevas respuestas de vida y de misión escolapias tenemos que dar, qué nuevas opciones y compromisos por los más pobres, qué nuevas decisiones sobre nuestras prioridades de vida y de misión, qué nuevas respuestas de educación en la fe y de testimonio del amor de Cristo podemos y debemos encarnar. Tal vez nuestro próximo Capítulo General sea una buena oportunidad para discernir sobre ello.

El sentimiento de humanidad, que sufre por tantos otros virus. Pasado el COVID-19, si pasa, hay que renovar nuestra mirada sobre la humanidad para descubrir otros virus que afectan a la humanidad. Los “virus” que percibió Calasanz (la pobreza, la ignorancia, las malas costumbres, la falta de horizontes, la ausencia de educación, etc.) siguen presentes, y adquieren nuevas formas, nuevas mutaciones. Debemos saber dar nombre a otros virus que padecemos y que padecen nuestros jóvenes: la superficialidad de la fe, la necesidad de escucha y acompañamiento, el afán de poseer, el cortoplacismo de vida, la aceptación sin lucha de valores que destruyen la vida de los más pequeños, el “todo vale” si la mayoría piensa así, la autosuficiencia, el conformismo, la escasa conciencia ecológica, el clericalismo… La lista sería muy larga, pero la conciencia de que el mejor anticuerpo para estos virus es la educación calasancia no sólo no la podemos perder, sino que la debemos acrecentar.

Por eso, quiero germinar esta carta recordando que hay cosas que nunca cambiarán en las Escuelas Pías, por muy nuevo y desconocido que sea el contexto en el que estamos empezando a caminar, porque no hay virus que pueda con ellas. Estoy hablando de la pasión por la misión, de la cercanía a los alumnos, del anuncio del Evangelio, de la apuesta por la calidad en todo lo que hacemos, del Movimiento Calasanz, de la Misión Compartida, del crecimiento en identidad, etc. Creemos en una educación sostenida por una relación educativa que no se conforma con ser virtual, sino auténtica. Para seguir adelante, es momento de renovar nuestra convicción y nuestra apuesta por lo que define nuestra propuesta educativa, y ayudarnos unos a otros a vivir de manera que nuestro testimonio refleje, aunque de modo siempre pobre y débil, a Aquél que es la respuesta a todas las preguntas.

Recibid un abrazo fraterno.

Pedro Aguado Sch. P.

Padre General