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Anuario 2022: el desafío de la interculturalidad

El Anuario Escolapio de 2022 se centra en uno de los desafíos más apasionantes que tiene planteado la Orden y el conjunto de las Escuelas Pías: la interculturalidad. Nuestra Orden, como la Iglesia y la sociedad, es profundamente plural y diversa. Convivimos, y construimos Escuelas Pías, personas de tradiciones, culturas, idiomas y sensibilidades diversas. Y buscamos caminar en común. Nuestra capacidad de hacer cosas juntos siendo distintos, de construir comunidad siendo diferentes, de educar en escolapio siendo diversos es, como digo, apasionante.

Este anuario trata de presentar la riqueza del momento que vivimos, sabiendo que lo importante son los dinamismos que hacen posible que esa diversidad se convierta en respuestas compartidas, en vida común, en planteamientos fraternos, en testimonio de comunión y de entrega a la misión.

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Bajó del cielo

Cuando compartimos el Credo, cada domingo, decimos una frase que es muy significativa, pero a veces se nos puede escapar: “por nosotros y por nuestra salvación, bajó del cielo”. Dios se hace uno de nosotros, asume y comparte nuestra condición, y transforma por completo nuestra vida, ofreciéndonos el don de la plenitud.

Este misterio del amor de Dios empieza en un pesebre y termina en una cruz. En Navidad, como en Pascua, lo que conmemoramos es el infinito amor de Dios por todos y cada uno de sus hijos e hijas, por cada uno de nosotros. Por eso sentimos una profunda y honda alegría en la celebración de la Navidad. Celebramos que somos amados por Dios.

La Navidad es “abajamiento”. Nosotros, los escolapios, nos sentimos muy llamados a vivir esta dinámica, que San José de Calasanz nos propone con su vida y ejemplo. Calasanz nos dice que el mejor camino para comprender y vivir el amor de Dios es “abajarse para dar luz a los niños”. Resuena en nuestra alma el anuncio del profeta: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras, una luz les ha brillado” (Is 9, 1).

Escucharemos este texto en la Misa de Nochebuena. La Navidad nos ilumina en medio de la noche, también ahora, en un mundo como el nuestro en el que vemos tantas dificultades, sufrimientos y faltas de sentido de humanidad. Cristo se hace uno de nosotros para darnos luz, la luz del amor del Padre.

A todos los religiosos de la Orden y a todas las personas que caminan, buscan y viven en las Escuelas Pías, nuestros mejores deseos en esta Navidad. ¡Feliz Navidad!

La Congregación General de las Escuelas Pías

Salutatio Patris Generalis: Acentos formativos

Sigo adelante con la tarea de compartir con todos vosotros algunas reflexiones relacionadas con las Claves de Vida que aprobó nuestro 48º Capítulo General, rescatando aquellos matices que las enriquecen y que las convierten en desafiantes para nosotros. Dedico esta salutatio al tema de la Formación Inicial, uno de los que fue más trabajado, tanto en las sesiones capitulares como en el proceso previo de reflexión y preparación.

Comienzo recordando el texto de la clave de vida que aprobamos: “Impulsar aquellas opciones y experiencias que hoy son más urgentes y necesarias para el desarrollo adecuado de nuestros procesos de Formación Inicial”. El sentido de esta redacción es muy evidente: la Formación Inicial está muy trabajada y reflexionada entre nosotros, disponemos de un Directorio completo y renovado (FEDE), pero van apareciendo nuevos retos que deben ser tenidos en cuenta. El Capítulo no volvió a decir todo lo que hay que decir sobre la Formación Inicial, sino que destacó y subrayó algunos aspectos concretos del proceso formativo. Por eso, la propuesta dice “opciones y experiencias que hoy son más necesarias”. Por lo tanto, no voy a dedicar la carta a exponer los núcleos esenciales de nuestra Formación Inicial, sino a subrayar algunas convicciones que el Capítulo General consideró importantes.

Voy a destacar solamente cinco de las varias que el Capítulo propuso, y voy a añadir dos más que yo veo especialmente significativas en este momento de la Orden. Obviamente, el tema queda abierto, como casi todos, para que podamos continuar nuestra reflexión en el seno de nuestras comunidades y provincias. Comienzo por las cinco que quiero destacar de las aprobadas por el Capítulo.

La “cultura misionera”. Me impresiona lo sintético de la expresión y lo profundo del contenido. El Capítulo pide que la Formación Inicial esté preñada de cultura misionera y que genere esa cultura en los jóvenes y, consiguientemente, en la Orden. “Cultura” se refiere a algo estable que orienta nuestro modo de vivir, trabajar y discernir. Esto es lo que se pide. Y “misionera” se refiere a la misión, en los tres sentidos en los que la Orden piensa cuando habla de “misión”, a saber:

  1. Vivir con entusiasmo la misión que nos ha sido encomendada y a la que hemos sido enviados, estemos donde estemos.
  2. Vivir la disponibilidad para asumir nuevos envíos en nuevos lugares de la Orden.
  3. Dedicar nuestra vocación a nuevas fundaciones o a una misión en contextos en los que todavía es muy frágil el anuncio de la fe, en dinámica “ad gentes”.

Será importante que en todas nuestras casas de formación y en el seno de nuestras demarcaciones nos planteemos qué podemos hacer para avanzar en esta cultura misionera. Sin duda, la experiencia de un tiempo de misión en lugares diferentes de la Orden, y el acento en una formación integral que incluye la experiencia educativa y pastoral adecuadas serán dos de las opciones más necesarias.

La “ecología integral” como una transversal formativa. La Iglesia, impulsada por el Papa Francisco, ha tomado clara conciencia de la importancia del trabajo por una ecología integral, desde la que todos podamos crecer y caminar desde un nuevo enfoque ecológico que transforme nuestra manera de habitar el mundo, nuestros estilos de vida, nuestra relación con los recursos de la tierra y, en general, nuestra forma de ver al ser humano y de vivir la vidaSe trata de impulsar, cotidianamenteuna ecología humana integral, que involucra no solo las cuestiones ambientales sino a la persona en su totalidad, para que se vuelva capaz de escuchar el clamor de los pobres y de ser levadura para una nueva sociedad. El Capítulo nos pide introducir esta clave en nuestros procesos formativos, y nos llama a conectar decisivamente con esta llamada eclesial.

“Cultura de emprendimiento”. La insistencia capitular en el “cambio de cultura” es sumamente interesante y tiene que ver con algo que está muy en el fondo de nuestras preocupaciones. Podemos tratar de renovar nuestra “cultura de Orden” en aquellos aspectos que consideremos significativos. Para ello es necesario un fino discernimiento que nos ayude a orientar la dirección en la que queremos caminar. En este punto, el Capítulo nos dice que necesitamos que nuestros jóvenes sean emprendedores. Algo así debía pensar Calasanz cuando insistía en que “no hay que dar el hábito más a que personas que tengan alma de fundador”[1].

Creo que estamos ante una propuesta muy exigente para los formadores y las comunidades formativas. Queremos que nuestros jóvenes crezcan en autonomía, sean creativos, tengan experiencias de ir asumiendo poco a poco responsabilidades, tengan clara conciencia del tipo de escolapio que necesitamos. Nuestra Formación Inicial tiene que ofrecer y pedir a los jóvenes un claro crecimiento en su responsabilidad por la vida, los estudios, la misión, la Provincia y su propia vocación. Y esto tiene, en ocasiones, sus riesgos. Es mejor aprender de los errores que no tener la oportunidad de equivocarse porque todo me lo dan, hecho o decidido. La vida no se vive en una campana de cristal, sino en medio de un mundo en el que hay que saber luchar y esforzarse para ir adelante. Por eso, el Capítulo General propuso “educar en la libertad como condición de posibilidad del proceso formativo. Avanzar de la heteronomía a la autonomía, fomentando procesos de crecimiento personal y capacidad de interdependencia”[2]

Atención al “clericalismo y al abuso de poder”. El Capítulo General fue fuerte en este tema. Queremos una formación inicial que contribuya decisivamente a erradicar la tentación del clericalismo y las actitudes abusivas, que son normalmente consecuencias del mismo clericalismo. Tal vez la insistencia con la que aparece este tema tiene que ver con su carácter de “dinámica escondida” que tiene en ocasiones, porque puede ocurrir que no seamos del todo consciente de que podemos estar cayendo en estas patologías.

Pienso que estamos llamados a diseñar programas formativos que nos ayuden a comprender bien de qué estamos hablando, y que ofrezcan medios y dinámicas que permitan una reflexión comunitaria y un trabajo formativo certero y valiente.  Celebro saber que son diversos los Junioratos que han organizado cursos formativos sobre todo esto. Esperamos buenos frutos de todo este esfuerzo.

En estos temas, como en casi todos, no hay que dar nada por supuesto. Ya Calasanz nos lo advirtió con claridad cuando dejó escrito en sus Constituciones que “las tendencias torcidas que anidan en el corazón del hombre, con dificultad se diagnostican y con dificultad mayor se desarraigan”[3]. Se trata de una frase célebre de Calasanz, que hemos leído y pensado muchas veces. Creo que estamos en un momento eclesial que nos ayuda a dar nombre a estas “tendencias torcidas” que hay que diagnosticar y desarraigar. Trabajemos en ello. El Secretariado General para el Escolapio que necesitamos tratará de abordar este asunto de manera sistémica en estos próximos años.

“Dominio de idiomas”. Nuestros jóvenes están avanzando mucho en el tema del manejo de idiomas, pero todavía es insuficiente. Nuestra Orden tiene cuatro idiomas oficiales, y quizá esto no es algo que debamos cambiar. Pero creo que sí debemos avanzar decidiendo que hay dos idiomas que todos los jóvenes escolapios deben dominar antes de finalizar su formación inicial. Trabajaremos este asunto en los ámbitos y equipos formativos, pero os avanzo la propuesta que haré en la Congregación General: que todos los jóvenes escolapios puedan comunicarse ágilmente en inglés y en español antes de sus votos solemnes. De este modo, tendremos bastante garantizado que, en nuestras Escuelas Pías, en un próximo futuro, podamos comunicarnos sin dificultad. Distinguir entre idiomas oficiales (4) e idiomas de uso (2) puede ser bastante iluminador.

Junto a estas cinco claves propuestas por nuestro Capítulo General, yo quiero añadir dos más que veo como especialmente decisivas en nuestros procesos formativos. Estoy hablando de la transparencia y de la conciencia de proceso. Dejaré para otra carta un tercer aspecto que considero esencial: el acompañamiento de los formadores, acompañar al que acompaña.

La “transparencia de vida”. Me referí a ella en una reciente carta fraterna. Estoy convencido de que cuando un joven vive su proceso con transparencia, las posibilidades de que su camino vocacional sea fructífero son mucho mayores. Dicho de otro modo, si no hay transparencia, no hay posibilidad de proceso. La transparencia es llave de la autenticidad. Es una transparencia que tiene que ver con uno mismo, con nuestra experiencia de Dios y con el formador y los hermanos. Son tres preciosos ámbitos de transparencia que, cuando son vividos sinceramente, provocan una vivencia auténtica de la vocación.

  1. A la transparencia con uno mismo Calasanz le dio un nombre muy exigente: el conocimiento de sí mismo. Es un camino certero. Saber dar nombre a lo que vivo, sin autoengaños ni aplazamientos.
  2. La transparencia espiritual es la que nos ayuda a sentirnos libres y sinceros delante de Dios. La oración personal, en la que uno abre su alma al Señor, nos ayuda a andar en verdad. Nadie engaña a Dios.
  3. Y la transparencia suficiente con el formador y con los hermanos nos ayuda a dejarnos acompañar, a escuchar sugerencias y pistas de avance, a entrar en nosotros mismos con deseo sincero de crecer. Esta transparencia es algo que el formador debe saber trabajar, y debe ganarse poco a poco, promoviendo honestamente la confianza y rechazando las actitudes autoritarias que lo que hacen es provocar el silencio del joven.

La transparencia es una tarea permanente, exigente, valiente y honesta. El joven que la vive sinceramente, crece. El formador que la inspira y la respeta (las dos cosas son fundamentales e inseparables) es el formador que el joven valora y necesita. Es el camino.

La segunda clase que deseo proponer es “ser consciente del proceso”. La formación inicial es un proceso que debe ser vivido de modo consciente. Este es uno de los objetivos más importantes del acompañamiento formativo: ayudar al joven escolapio a vivir la formación inicial como un proceso real de crecimiento. Y esto sólo se puede hacer si vamos siendo capaces de dar nombre a las luchas, a los descubrimientos, a las opciones, a los movimientos interiores.

Un proceso formativo pasa por muchas fases diversas, sin excluir las crisis o las decepciones. Pero el trabajo interior que cada uno es capaz de hacer es lo que nos va haciendo conscientes de lo que somos. Esta “conciencia de proceso”, el hacerme consciente de los pasos que doy, de los avances y retrocesos, de los cambios y descubrimientos, del escolapio en el que me voy convirtiendo, es una tarea apasionante que nunca debe ser descuidada. Está profundamente relacionada con el “conocimiento de sí mismo” del que habla Calasanz. El Papa Francisco se refirió a este reto en una reciente audiencia general: “Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin darnos cuenta. La oración y el conocimiento de uno mismo consienten crecer en la libertad[4].”

Estas son algunas de las claves que pueden hacer posible el sueño del 48º Capítulo General sobe los jóvenes en formación: “un escolapio capaz de aprender a aprender, de modo que, a través del tiempo, se vertebre un escolapio abierto y apasionado por Jesucristo y su misión en el mundo[5]”.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch.P.

Padre General

[1] San José de CALASANZ. Carta al P. Onofrio Conti, 1642 Opera Omnia vol. VIII, página 39.

[2] CONGREGACIÓN GENERAL. “Claves de Vida de la Orden”. Colección CUADERNOS, n. 69. Publicaciones ICCE, Madrid 2022. 

[3] SAN JOSÉ DE CALASANZ. Constituciones de la Congregación Paulina n.16.

[4] Papa FRANCISCO. Audiencia general del 5 de octubre de 2022.

[5] CONGREGACIÓN GENERAL. 48º Capítulo General. Documento Capitular. Colección CUADERNOS n. 65, pág. 70. Publicaciones ICCE. Madrid 2022.

Calasanz descubrió el tesoro de la Educación

A una semana de celebrar el Patrocinio de San José de Calasanz, compartimos el vídeo que lleva por título «Calasanz y el tesoro de educar a los niños más pobres»

Ruta Calasancia

El pasado mes de julio tuvo lugar una nueva edición de lo que poco a poco se va dando en llamar “Ruta Calasancia”, el encuentro anual de todos los jóvenes escolapios que, en ese año, hacen su profesión solemne como religiosos. El encuentro de este año 2022 fue bastante diferente, porque han participado en él cerca de ochenta jóvenes de todas las demarcaciones, en dos tandas distintas. Después de dos años sin poderlo llevar adelante a causa de la pandemia, este año 2022 hemos recuperado esta formidable experiencia calasancia que tanto enriquece a los escolapios que en ella participan y a quienes la acompañan.

He decidido dedicar una de las cartas mensuales que dirijo al conjunto de las Escuelas Pías a compartir con todos vosotros algunas reflexiones que me fui haciendo a lo largo de este intenso mes de julio. Lo hago porque creo que es valioso destacar algunas de las experiencias que se viven en esta “ruta calasancia”, y que alcanzan un valor formidable en el contexto de este proceso posterior a un Capítulo General que nos propuso a todos vivir centrados en Cristo y cuidar en profundidad el don vocacional recibido.

Comienzo por recordar la estructura básica del encuentro, para que quienes no lo conocen puedan comprender mejor las claves que quiero compartir con todos vosotros. Los jóvenes se reúnen en Madrid y comienzan visitando el santuario de San Faustino Míguez, en Getafe. Comenzamos, pues, resaltando la llamada a la santidad que todos hemos recibido como religiosos escolapios. De allí a Peralta de la Sal, para vivir cinco días de experiencia espiritual entrando a fondo en lo central de la vocación escolapia. Desde Peralta, un viaje de cuatro días por los lugares en los que nuestro fundador vivió y ejerció su ministerio sacerdotal. Y de allí, a Roma, para seguir las huellas de Calasanz y trabajar algunos temas especialmente significativos de la vida de la Orden en la actualidad. Cerramos la primera tanda con la primera ordenación sacerdotal celebrada en Roma de un escolapio vietnamita, presidida por el cardenal Lazzaro You Heung-sik, y la segunda con diez profesiones solemnes y nueve ordenaciones diaconales, presididas las primeras por este servidor, y el diaconado por nuestro hermano y obispo Mons. Carlos Curiel. Terminamos las dos tandas con una peregrinación a Frascati, para ofrecer nuestra vocación a la Reina de las Escuelas Pías.

Pero una cosa es el itinerario geográfico y otra mucho más importante es el itinerario espiritual que vivimos en la Ruta Calasancia. Destaco algunas de las experiencias que considero más ilustrativas para el momento que vivimos en la Orden.

Interiorizar y compartir. Reflexionar sobre nuestra propia vocación religiosa y compartir nuestras reflexiones con escolapios de lugares y culturas diferentes supone una riqueza formidable. La Ruta Calasancia nos ayuda a comprender la importancia de poder entrar a fondo en nosotros mismos y de poder compartir ese fondo vocacional con los hermanos. No hay ninguna duda de que todos necesitamos momentos como estos, en los que podamos vivir estas dos preciosas dimensiones de nuestra vocación. El compartir en grupos, de dos en dos, o todos juntos, de modo organizado o de modo espontáneo (que de todo hubo) enriqueció notablemente a los jóvenes. Prueba de ello es que, finalizada la Ruta, siguen compartiendo. Y quieren poder seguir haciéndolo de modo organizado. Hemos de reflexionar sobre ello.

Calasanz nos desafía. La Ruta ha ofrecido a todos los participantes no sólo un mayor y mejor conocimiento de Calasanz sino, sobre todo, la oportunidad de confrontase con su figura, vincularse con sus procesos, orar intensamente ante su tumba, emocionarse ante sus recuerdos y, de modo especial, renovar y fortalecer la llamada que sienten muy profundamente en lo más hondo de su alma: ser un nuevo Calasanz. Esta es la feliz expresión con la que tratamos de expresar lo más genuino de la vocación de cada uno de los jóvenes escolapios que Dios nos concede como regalo inmerecido. Y lo que experimentamos en la Ruta Calasancia, como lo experimento en cada visita y en cada encuentro con los jóvenes es que, efectivamente, éste es su más hondo deseo, que lo viven con tanta humildad como autenticidad: ser un nuevo Calasanz.

Peregrinar. La Ruta Calasancia tiene un componente de peregrinación. Y toda peregrinación tiene, entre otras, tres características: estar en los lugares concretos en los que aconteció algo que es significativo para nosotros; recorrer un itinerario espiritual iluminado por la experiencia a la que peregrinamos y, finalmente, hacerme consciente de lo que he vivido y de lo que ha acontecido en mi interior a lo largo de la peregrinación. Sin esos tres componentes, no estamos ante una peregrinación; a lo sumo, lo que hacemos es una interesante visita que nos enriquece o un buen intercambio de ideas sobre unos temas más o menos valiosos. Pienso que estas tres claves han sido bien vividas por nuestros jóvenes a lo largo de la Ruta Calasancia, y todos ellos están ahora en la tarea de dar nombre a la tercera. Les ofrecimos una clave certera para esta tarea: hacerse la pregunta de Calasanz a Glicerio y que está recogida en el nuevo cuadro que hemos colocado en San Pantaleo en honor al primer joven que llamó a las puertas de las Escuelas Pías para ser escolapio. La pregunta es tan simple como profunda: ¿qué habita en tu corazón?

El valor de las mediaciones ordinarias. Es cierto que la Ruta Calasancia es algo extraordinario. Pero está configurada desde muchas mediaciones ordinarias, frecuentes y normales en nuestra vida. La oración de Laudes y Vísperas de cada día; la celebración cuidada y participada de la Eucaristía; la reunión comunitaria en la que compartimos vida, ideas e inquietudes; el servicio a los hermanos que facilita la convivencia; la acogida de las comunidades que nos reciben; el tiempo libre -escaso- pero compartido y disfrutado; el diálogo con el superior o los responsables de la comunidad; la oración personal, ciertamente en lugares y espacios privilegiados; la escucha de charlas o reflexiones de interés; el retiro espiritual; las reflexiones sobre la vida de la Orden; la formación calasancia, etc. Todo ello forma parte de nuestra vida; todo ello, cuando se vive con alegría y se comparte en fraternidad, hace que nuestra vida sea, en verdad, extraordinaria.

El acompañamiento de los religiosos adultos jóvenes. Este es uno de los aspectos que fue subrayado con más fuerza en nuestro 48º Capítulo General. Los capítulos detectan, con fino discernimiento, necesidades a las que la Orden debe responder. El acompañamiento de los religiosos escolapios en sus primeros años de vida adulta es una de ellas. Y la Ruta Calasancia nos ha ayudado a comprender algunos aspectos importantes de este desafío. El primero, que el acompañamiento es deseado y querido por los jóvenes escolapios; lo buscan y lo viven con alegría y sinceridad, pero necesitan que el contexto en el que viven lo provoque y lo explicite. El segundo, que la dinámica comunitaria es un buen contexto de acompañamiento. Cuando una comunidad se decide a hacerse preguntas y a compartir las respuestas, el acompañamiento emerge con su riqueza natural. El tercero, que el acompañamiento necesita de personas que crean en él, que den tiempo a la escucha y a la acogida, y que la provoquen y la propongan. Y el cuarto, que el acompañamiento es una “cultura”, un modo de vivir como escolapios, y cuando lo experimentamos, la vocación crece en autenticidad. 

El trabajo escondido de quienes hacen posible nuestra vida. Me hago eco en esta carta del sentimiento de agradecimiento de los jóvenes hacia todas las personas que han hecho posible la Ruta Calasancia, y que la hacen posible cada año. Me atrevo a citar algunas de estas personas: quienes se esfuerzan en que todos tengan su visado de entrada en Europa; los encargados de la logística en cada lugar que visitamos, algunos bien complejos como el recorrido por tierras catalanas; la acogida de las comunidades de Gaztambide, Peralta de la Sal, Monte Mario, San Pantaleo y Frascati; los trabajadores que se encargan de la comida o la limpieza; los acompañantes de cada grupo; los escolapios que han ofrecido sus reflexiones y charlas, etc. Los jóvenes han tenido palabras de agradecimiento para todos, conscientes como son de que nuestra vida es posible porque hay muchas personas que lo facilitan con su trabajo profesional y bien hecho. También es Ruta Calasancia agradecer a quienes nos ayudan.

El regalo de profesar o de ordenarse en Roma. La Congregación General ofrece cada año la posibilidad de que los que lo deseen puedan profesar u ordenarse en San Pantaleo, en la casa de Calasanz. Es claro que una profesión o una ordenación son experiencias valiosas para vivirlas en tu propia provincia, en tu escuela, en tu parroquia de Bautismo o en donde estés destinado como escolapio. Pero también lo es que hacerlo en San Pantaleo es una experiencia bella e impactante. Todas las opciones tienen su riqueza. Este año, como queda dicho, hemos celebrado en Roma una ordenación sacerdotal, diez profesiones solemnes y nueve ordenaciones diaconales. Para todos, y no sólo para los que profesaban o se ordenaban, han sido experiencias significativas.

La oportunidad de vivir las “claves de vida” de la Orden. La Ruta Calasancia ofrece a los participantes la ocasión de experimentar la riqueza y la complejidad de algunas de las Claves de Vida desde las que nuestro 48º Capítulo General ha querido orientar nuestro camino. De modo especial algunas de ellas: la sinodalidad, tejida de búsqueda fraterna y de reflexiones compartidas; la interculturalidad, vivida en tantas dimensiones complementarias como los idiomas, las tradiciones, los estilos de vida, etc.; la mentalidad de Orden, especialmente cuidada con el compartir de la realidad de cada Provincia y con la escucha de lo que vivimos a nivel general; la centralidad de Cristo, expresada cada día de múltiples maneras y especialmente en la Eucaristía; el redescubrimiento de la espiritualidad escolapia; el cuidado de la vida comunitaria; la dinámica “Escuelas Pías en Salida”, etc. Todas ellas emergen como don y como tarea. Toda ocasión es buena para hacernos conscientes de la importancia de las claves desde las que somos invitados a vivir.

La riqueza de las propuestas hechas por lo jóvenes y la profundidad de sus cuestionamientos. A lo largo de los días de la Ruta Calasancia fueron apareciendo propuestas e ideas, y también preocupaciones y dolores. Todo ello forma parte de nuestra vida. Es bueno compartir algunas de ellas. Lo hago con brevedad, buscando solo que podamos crecer en la bella experiencia de compartir lo que nos preocupa. Cito sólo cuatro de ellas:

¿Por qué no organizamos una Ruta Calasancia para los superiores de las comunidades y de las demarcaciones? Hubo sonrisas cuando se propuso esta idea, pero tiene un fondo muy importante. A lo largo de la Ruta Calasancia aparecen muchas ideas y propuestas de renovación, pero luego “regresamos a la realidad, y muchas veces las cosas de las que hablamos aquí no se pueden plantear en la comunidad”.  Es una inquietud desafiante.

¿Sería posible volver a reunirse dentro de un tiempo para compartir lo que vamos viviendo de todo lo que hemos experimentado en la Ruta Calasancia? Es una inquietud que refleja bien a las claras algo importante: necesitamos espacios de vida compartida y no podemos configurar la vida desde experiencias desconectadas que se acaban en sí mismas, sino desde procesos que provocan transformación.

Necesitamos redescubrir a Calasanz. La Ruta Calasancia ofrece a los jóvenes una oportunidad formidable para enamorarse nuevamente de Calasanz. El santo fundador emerge como novedad, como llamada, como provocación, como modelo y guía.

El reto de hacerse adulto en la Orden. Una de las expresiones más bellas de la adultez es la capacidad de expresar libremente lo que pensamos y lo que nos inquieta de nuestra vida escolapia. A lo largo de las diversas reuniones, los jóvenes escolapios han experimentado la importancia de compartir lo que te preocupa y duele y lo que te fortalece y alegra. Nos hacemos adultos en la Orden también a través de este dinamismo.

La construcción de las Escuelas Pías. Termino esta carta fraterna compartiendo una de las experiencias que vivimos en cada una de las tandas de la Ruta Calasancia. Dedicamos tres días completos a trabajar sobre las “Escuelas Pías en Salida”. Una de las reuniones consistió en una reflexión altamente sinodal sobre una pregunta muy concreta. La pregunta era esta: piensa que eres el provincial y tienes que explicar a tus hermanos, en el Capítulo, lo que tú consideras que es lo fundamental que la Provincia necesita para avanzar. La puesta en común, en la que participaron todos y cada uno de los jóvenes (cada uno disponía de cuatro minutos para compartir sus ideas) fue una extraordinaria experiencia sinodal y ayudó a todos a comprender qué queremos decir con el nombre que hemos dado a uno de los núcleos capitulares: la construcción de las Escuelas Pías.

Lo dejo aquí, no sin compartir con todos vosotros mi acción de gracias a Dios por la vocación de cada uno de los jóvenes escolapios que Él, como Padre, nos ha regalado para el bien de los niños y jóvenes.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch.P.

Padre General