Cuando compartimos el Credo, cada domingo, decimos una frase que es muy significativa, pero a veces se nos puede escapar: “por nosotros y por nuestra salvación, bajó del cielo”. Dios se hace uno de nosotros, asume y comparte nuestra condición, y transforma por completo nuestra vida, ofreciéndonos el don de la plenitud.
Este misterio del amor de Dios empieza en un pesebre y termina en una cruz. En Navidad, como en Pascua, lo que conmemoramos es el infinito amor de Dios por todos y cada uno de sus hijos e hijas, por cada uno de nosotros. Por eso sentimos una profunda y honda alegría en la celebración de la Navidad. Celebramos que somos amados por Dios.
La Navidad es “abajamiento”. Nosotros, los escolapios, nos sentimos muy llamados a vivir esta dinámica, que San José de Calasanz nos propone con su vida y ejemplo. Calasanz nos dice que el mejor camino para comprender y vivir el amor de Dios es “abajarse para dar luz a los niños”. Resuena en nuestra alma el anuncio del profeta: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras, una luz les ha brillado” (Is 9, 1).
Escucharemos este texto en la Misa de Nochebuena. La Navidad nos ilumina en medio de la noche, también ahora, en un mundo como el nuestro en el que vemos tantas dificultades, sufrimientos y faltas de sentido de humanidad. Cristo se hace uno de nosotros para darnos luz, la luz del amor del Padre.
A todos los religiosos de la Orden y a todas las personas que caminan, buscan y viven en las Escuelas Pías, nuestros mejores deseos en esta Navidad. ¡Feliz Navidad!
La Congregación General de las Escuelas Pías