Tal vez bastantes de vosotros os habréis sorprendido del título de esta salutatio, porque “Kiblawan” no es una realidad muy conocida en la Orden. Pero lo que he visto allí en mi última visita me anima a compartir con todos vosotros los acontecimientos escolapios que allí estamos viviendo.
Kiblawan es una pequeña localidad de la diócesis de Digos, en la isla de Mindanao, en Filipinas. Los escolapios tenemos en Mindanao dos escuelas y una “cuasi-parroquia”. En Davao tenemos un colegio completo, que acabamos de construir (Calasanz de Davao Academy), y en Kiblawan, a una distancia más o menos de hora y media de la capital de la isla, un colegio diocesano de Primaria y Secundaria cuya responsabilidad ha sido asumida por nosotros a través de un acuerdo de 50 años (Holy Cross School), y la “cuasi-parroquia del Santo Niño.
Pues bien, el pasado día 15 de diciembre, un terremoto de 6.9 grados asoló la localidad de Kiblawan. Desde ese día, más de dos mil réplicas han convertido la zona en un lugar en el que es muy difícil retomar la vida normal y vivir con cierta paz.
Nuestra escuela, que se llama de la “Santa Cruz” quedó muy derruida. La casa de la comunidad es inhabitable, ha habido que derribar numerosas aulas, y el conjunto del edificio escolar está en muy malas condiciones.
Pero la escuela está llena de vida. Llena de alumnos y alumnas, con todos los educadores ejerciendo su ministerio, y con los seis escolapios de la comunidad en plena dedicación a los alumnos. Todos los días hay clase, y en medio del dolor y la preocupación, la escuela sigue siendo un lugar bendecido por la sonrisa, el trabajo y las esperanzas de los niños.
En cuanto pude fui a visitar Kiblawan, un mes después del terremoto. Pude abrazar a mis hermanos escolapios, saludar y bendecir a cada uno de los maestros y maestras y a cada uno y cada una de los alumnos y alumnas de la escuela, que esperaban nuestra visita con una profunda alegría. La campana de la escuela empezó a sonar cuando llegamos, y todos los niños y niñas salieron de sus aulas para saludar, primero en un precioso caos, luego en un orden escolapio, uno a uno. Esperaban y necesitaban el abrazo y la bendición. Fue realmente un momento extraordinario.
Visité aula por aula, conversé con los educadores, y me reuní con la comunidad escolapia: Efren, Aljun, Rolando, Roger, Rudelito y Félix. Rezamos juntos, compartimos la experiencia y sentimientos de cada uno, y pusimos en común planes, iniciativas y propuestas. Pero, por encima de todo, lo que hicimos fue renovar nuestro compromiso escolapio de servir a los niños.
«Esta es nuestra misión, esta es nuestra escuela, estos son nuestros niños, y nos quedamos con ellos. Somos y estamos para ellos”. Esta es la síntesis de la experiencia escolapia de nuestros hermanos. Esto es lo que me decía cada uno, con lágrimas en los ojos, pero con una firme resolución.
Ahora no tienen casa. Estamos construyendo una que se terminará en julio, si Dios quiere. Comenzamos su construcción antes del terremoto. Cada uno duerme en una pequeña tienda de campaña, han preparado un baño provisional, han habilitado una pequeña habitación como cocina y comedor, y han convertido el pequeño garaje en capilla, sin suelo, pero con techo. En ella se reúnen cada día, antes de amanecer, para celebrar la Eucaristía y fortalecer su vocación. No tienen casa, pero sí tienen capilla y alumnos. Tienen claro el centro de nuestra vida.
Sé que ellos no están esperando ningún aplauso, pero yo no puedo dejar de compartir con todos vosotros mis reflexiones después de esta visita, que ha sido para mí una oportunidad extraordinaria de renovar mi amor por la Orden y mi compromiso por mis hermanos. Quiero compartir unas pequeñas reflexiones que me fui haciendo a lo largo del día que estuve en Kiblawan
1- “No nos vamos de aquí”. He visto esta experiencia en muchos lugares de la Orden. No nos vamos de un lugar por las dificultades que tenemos o por los peligros que vivimos. No nos exponemos, pero tratamos de acompañar a nuestro pueblo. Lo he visto hace pocas semanas en la zona anglófona de Camerún, que vive un contexto de guerra e inseguridad, pero nuestros hermanos siguen adelante con su vida y su misión. El arzobispo de Bamenda me recibió para agradecerme la visita, y me dijo: “Casi nadie viene a vernos, pero usted ha venido y sus hermanos siguen aquí. Gracias”. Lo he visto en Venezuela, donde los escolapios siguen luchando por sus colegios en medio de una crisis con escasos horizontes. Lo he visto en Kiblawan. Lo vi en Daloa, en medio de aquella triste guerra que vivió la Côte d’Ivoire y que todos oramos para que no vuelva a suceder. Lo vivimos y lo seguiremos viviendo. Los niños son nuestra herencia, y estamos para ellos. Gracias, queridos hermanos de Kiblawan. Estoy orgulloso de vosotros.
2-No se puede ser escolapio sin pasión. Sólo la pasión por la misión, por los niños y jóvenes, por la vocación que hemos recibido sin ser merecedores de ella, puede explicar lo que estamos viviendo en Kiblawan. Pero esta afirmación es verdad con o sin terremoto, con o sin casa. Es cierto en las situaciones más difíciles es cuando con más claridad percibimos el tesoro que llevamos entre manos, y el espíritu desde el que lo tenemos que vivir, pero la pasión por lo que hacemos es, al final, lo que nos mantiene y nos ayuda en el día a día a seguir adelante en la misión escolapia. Nunca es fácil, nunca está todo controlado. Pero no podemos olvidar que esa pasión, si no se cuida, se muere. Calasanz lo dejó claro cuando afirmó que “el que no tenga ganas de enseñar a los pobres no tiene la vocación de nuestro Instituto o el enemigo se la ha robado[1]”. Seamos responsables de nuestro tesoro.
3-Necesitamos la comunidad. Algo que he visto con claridad en Kiblawan es la importancia de la unión de la comunidad para que cada uno de los escolapios pueda dar su mejor respuesta en esta situación. Nunca como en esta oportunidad he visto con claridad que la comunidad es el alma de la misión. Es la presencia de la comunidad la que fortalece a las maestras y maestros y la que hace que los niños vengan cada día a una escuela en ruinas para seguir estudiando. Es la vida de la comunidad la que posibilita a cada uno seguir con su trabajo. Es la fuerza que se transmiten unos a otros la que les sostiene. Es la oración en común y la Eucaristía de cada día lo que les fortalece. No podemos ni debemos trabajar solos. Cuidemos la comunidad.
4-Los niños nos sostienen. Si algo tenemos claro los escolapios es que los niños y jóvenes son los que nos sostienen. Del mismo modo que los niños hicieron escolapio a Calasanz, ellos con los que nos hacen escolapios a todos nosotros. Sus preguntas, sus expectativas, sus ilusiones, su presencia. Son los niños de Kiblawan los que hacen que nuestros hermanos sigan allá, en la situación en la que están.
Todos sabemos que la “centralidad de los niños y jóvenes” es el primer elemento que define la identidad calasancia de nuestras obras. Es el punto de partida de lo que somos. Por eso, nuestro documento institucional sobre la “Identidad Calasancia de nuestro Ministerio[2]” dice que “la plena realización humana y cristiana y la felicidad de los niños y jóvenes constituyen el núcleo de nuestra misión”.
Pero hay que saber sacar consecuencias de esta afirmación. La centralidad de los niños y jóvenes no es sólo un rasgo de la identidad calasancia, sino que se convierte en desafío, criterio de discernimiento, razón para la vida escolapia y clave de nuestra presencia. Los niños son el centro cuando son, de hecho, el centro.
5-La Provincia y la Orden es una familia. En este momento, nuestra escuela de Kiblawan necesita de la colaboración de la Orden para ser reconstruida. Es cierto que no es nuestra, sino de la diócesis. Pero nuestra permanencia está garantizada por un acuerdo de 50 años. Y el obispo poco más puede hacer, porque se le han caído casi todas las parroquias. Tal vez la Orden, a través de la colaboración de las Provincias que tengan alguna posibilidad, puede hacer algo para poner en marcha de nuevo esta escuela, aunque sea de modo “provisionalmente perdurable”. Pensemos en ello, con generosidad y disponibilidad.
6-Gracias por venir a vernos. Esto es lo que me decían todas las personas que saludaban y venían a presentarse, y sobre todo los niños. Nuestra presencia les daba esperanza. Pienso que pudieron sentir la cercanía de todos vosotros a través de la de mi humilde persona. Es bueno estar cerca unos de otros, sobre todo cuando las circunstancias son más duras y difíciles. ¡Qué valiosa es la escucha, la presencia, el acompañamiento, la solidaridad!
Quiero terminar esta carta fraterna citando un párrafo de nuestras Constituciones, que creo refleja muy bien lo que estamos viviendo en Kiblawan. Dice así: “Por eso nosotros, impulsados por el amor de Cristo según el carisma fundacional, dedicamos al servicio de los hermanos toda nuestra existencia, consagrada por la profesión religiosa y vivida en la familia escolapia. Y a imitación del Santo Fundador, nos sentimos comprometidos en la formación integral de los niños[3]”.
Recibid un abrazo fraterno.
Pedro Aguado Sch. P.
Padre General