P. Cesáreo Tiestos Loscos, Sch. P.
Fue muy corta pero intensa su presencia en nuestra naciente Provincia. Se ganó pronto la simpatía de la buena gente de León que lo acogió en sus últimos meses de vida. Recogemos acá un testimonio suyo que merece la pena leerlo de modo agradecido para dar gracias a Dios por su vida y la de tantos escolapios que como Jesús, pasaron haciendo el bien.
Me parece como una película corta, cortísima, no obstante los muchos años que tengo.
Como todo niño, yo también quería ser mayor. Pero no había nada concreto. Mi vocación escolapia es, y así lo ha sido durante setenta y tantos años, una cosa sencilla, ordinaria, prácticamente perceptible, no ruidosa ni llamativa. Cada día haciendo lo que tenía que hacer, Dios actuó, y actúa en mí: pero sin nada extraordinario. Ni me llamo Saulo, ni voy camino de Damasco.
Me llamo Cesáreo. Mi papá murió cuando yo tenía sólo dos años, y mi madre falleció el mismo día que yo cumplía los diez. Cosas que pasan, quizás para un niño cualquiera, pero que a mí me “marcaron” para siempre. Me hice un niño muy sensible, tímido y algo introvertido. Por supuesto me gustaba mucho jugar, sobre todo el fútbol. Y los otros compañeros, niños de un pueblo pequeño, como era Belchite, me buscaban y querían que formara parte del equipo, pues no lo hacía mal.
Todo eso era preámbulos a mi vocación escolapia, que yo entonces no sabía lo que era. Las circunstancias familiares hicieron que yo llegara a conocer los Escolapios. Me llevaron a mis 10 años, a “la cuarta de gratuitos”, en el colegio que entonces se llamaba Santo Tomás, en Zaragoza, y allí comenzó este camino callado, sin relieve, aparentemente intrascendente, de mi vocación escolapia. Al fin y al cabo como le ocurre a la inmensa mayoría de los niños y jóvenes, que poco a poco, van experimentando la evolución interior que sellará su vida.
En Zaragoza tuve como primer maestro al P. Jesús Martínez, un sacerdote escolapio que nunca me habló de vocación alguna; -yo tenía 11 años- pero que influyó mucho en mí por su trato con los niños. Tal fue el impacto callado, sereno, que tuvo en mí, que un día les dije a mis tíos. “Yo quiero ser Escolapio”. Y al preguntarme ellos el por qué, recuerdo perfectamente que respondí: “Quiero ser como el P. Jesús, porque dice Misa y siempre está con nosotros los niños”. ¿Percepción inconsciente de un niño o llamado imperceptible de Dios? Yo no sé qué responder aún ahora, a pesar de haber pensado en eso muchas veces.
La realidad es que a los 12 años y medio me veo ya en el Postulando. ¡Con qué cariño lo recuerdo al P. Augusto Subías! Mis maestros me ayudaron a crecer humana, psicológica, espiritualmente. Mi confesor escolapio se fue a la cartuja. Mi maestro de postulantes me exigió mucho intelectualmente y yo les respondí. Comenzó a despertarse en mí un gran deseo de estudiar, de saber. Y también un anhelo de “santidad”. Un sacerdote escolapio me dijo. 2Cesáreo, tienes madera de santo”. Por supuesto, yo no entendía lo que eso significaba.
Mi paso por el Noviciado no fue nada especial. Lo recuerdo, sí, pero no me significó gran cosa. Yo seguía ensimismado. Algo distinto fue Irache. Allí comenzó a despertarse mi mente y mi vocación escolapia. Me influyó muy positivamente el maestro, P. Rafael Pérez. Me supo dar la confianza que se había iniciado en el Postulando y yo iba afirmando mi vocación. Todo era normal: el Bachillerato, el Magisterio cuando los Superiores me mandaron a estudiar Teología a la Universidad Pontificia de Salamanca. Allí fue que se despertó definitivamente mi vocación, bajo el modo tan especial del P. José Olea Montes. Y el ambiente de estudios despertó aún más mi deseo de saber, de estudiar, de prepararme bien. Años fecundos, que fueron fraguando y consolidando mi vocación escolapia. La confianza que habían puesto en mí había fructificado en una autoestima personal y responsable.
En adelante: puesta en práctica del carisma escolapio. Aquel decir Misa cada día y estar con los niños fue en realidad. Pero duró poco: cuatro años.
Me llamaron a Roma para prepararme como formador. Supuestamente era por un solo año; pero fueron cuatro, y luego uno más para el doctorado. Allí, viviendo en su casa, fui conociendo cada vez más a Calasanz y admirando su carisma de “Reformador” de la sociedad, y de la iglesia, mediante el ministerio de la educación. Creo que puedo decir la verdad que allí nació mi verdadera y definitiva vocación escolapia. Se sembró la semilla que dio fruto en el futuro ICCE.
El señor me fue formando en sitios y lugares que contribuyeron a madurar mi vocación. Sin lugar a duda alguna soy un fruto escolapio madurado en las circunstancias en las que he vivido y me han hecho vivir.
Los inicios del Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación (ICCE) centraron mi dedicación y mi pasión por la educación. Allí fue viviendo y entendiendo, en la vida de cada día, el carisma y la visión educativa de Calasanz. Cuatro intensos años me llaman de nuevo a Roma. Estoy sólo un año, pues al renunciar el P. General se hundieron los proyectos educativos que él tenía para la Orden y yo coincidía con ellos.
Yo seguía buscando realizar en mi vida la misión de Calasanz. Quise irme como maestro a la montaña, con los pobres, a una nación olvidada, pero entonces no había escolapios en Bolivia y los Superiores me hicieron aterrizar en Puerto Rico, era Agosto de 1971.
Y aquí comienza una nueva etapa escolapia. En cuerpo y alma me entregué a la Universidad Católica, a la Superintendencia de Escuelas Católicas, a escribir, a dar conferencias. Todo ello respondía a mi necesidad de poner en práctica el carisma escolapio. Esa ha sido siempre una de mis características: entregarme totalmente a lo que llevo entre manos. Los quince años en Puerto Rico fueron años de madurez, no exenta de grandes errores y defectos. Pero ni el prestigio, ni la fama me satisfacían. Yo quería algo más. Siempre latente esa aspiración…
En 1986 le pedí al P. Provincial que me permitiera ir a las misiones. Estaba él de acuerdo, pero veía mejor que yo se lo pidiera personalmente al P. General. Ni corto ni perezoso voy a Salamanca donde estaba aquellos días el P. José María Balcells. Yo me preparé para la entrevista buscando argumentos para todas las dificultades que me imaginaba me iba a poner. Todo inútil; cuando le digo: “Padre, llevo veinticinco años como Escolapio sirviendo a los más ricos; déjenme otros veinticinco sirviendo a los más pobres”. Toda mi preparación se vino abajo. El P. General, en lugar de oponerse me dijo “Ojala me pidieran eso otros escolapios”. Y así, tan sencillo, fue el camino de mi venida a Ecuador. Otras circunstancias no cuentan, ni son realmente relevantes.
Y aquí estoy desde entonces. Primero en la Amazonía, en Puyo, provincia de Pastaza, ayudando a las misiones de los Padres Dominicos. Pero sólo dos años. Pues el Señor obispo de Santo Domingo de los Colorados (Actualmente Santo Domingo de los Tsáchilas) quería crear una radio Católica en su Diócesis, y yo como era el Director de Radio Puyo, quiso que yo viniera. Y comencé trabajando como escolapio en todo lo que es Educación Académica, religiosa, pastoral en diversos ámbitos: Vicario de educación, Director del Instituto Internacional de Teología a distancia (IITD), Director del Departamento Bíblico y el Departamento de Catequesis de la Diócesis pero sobre todo como educador escolapio. He ido renunciando a todos los cargos y me centré en dos aspectos que juzgó fundamentales en mi vocación escolapia: la educación de adultos (Padres de Familia, Maestros) y educación de niños y jóvenes. Cómo Párroco, durante más de 20 años, y como educador, he procurado la síntesis de ambas vocaciones. Fundé, junto con los Laicos las dos escuelas y el colegio Calasanz, además de edificar dos parroquias.
He deseado siempre el ministerio parroquial y escolar, por ahí veo yo el futuro. Me he entregado a la gente, les he dado, según mis posibilidades. Pero ellos me han dado a mí muchísimo más. El Señor, a través de ellos, me ha ido madurando, tanto espiritual, como humanamente. Creo que puedo parafrasear un poquito al Santo Padre: finalmente “encontré en Ecuador la manera definitiva de servir a Dios”.
Ya soy viejo, pero sigo creyendo en la espiritualidad escolapia la entrega total a los demás, mediante nuestro ministerio. Creo que la dedicación educativa, ha salvado, históricamente, a la Escuela Pía, y me ha salvado a mí. Y estoy convencido de que puede entusiasmar y salvar a muchos jóvenes que lleguen a conocer a Calasanz y su Misión.
Conocí a P.Cesareo Tiestos y fui du amiga en Puerto Rico. Esta historia de él me ha conmovido mucho y me mueve a admirarlo más y a quererlo más. Un gran Escolapio y un tremendo profesor. Buscándolo desde que se fue de Ecuador y a través de este artículo me entero de que falleció. Por favor, me podrían enviar cualquier información y recuerdos de su muerte? Se lo agradeceré inmensamente.
Sor Lydia Perez:
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